jueves, 12 de enero de 2012

Juegos etéreos

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Greg Finnis consideraba que el mundo era aburrido. Un adolescente poseedor de la mente más prodigiosa de la ciudad no podría tener una filosofía común: Se apresuraba en salir de las clases especiales que recibía en el instituto y que le aburrían hasta la médula para simplemente encerrarse en su casa, un edificio humilde pero bien soleado, con un jardín hermoso delante de su fachada y en una calle muy transitada. Nadie sabía que hacía exactamente para divertirse este joven, pero su mal estado era directamente proporcional al tiempo que pasaba aislado en su hogar. Los progenitores de Finnis se pasaban el día trabajando y no volvían a casa hasta llegada la madrugada, por lo que encontraban a Greg plácidamente dormido. Dieron por hecho que esas ojeras eran producto del exceso de ocio virtual. Su único amigo real, un aficionado a los videojuegos que tampoco pasaba demasiado tiempo fuera de casa se extrañó porque Greg dejó de conectarse para jugar con él. Cada día que Finnis asistía a clase (a veces se las saltaba), su amigo le veía en franca decadencia, por lo que quiso interrogarle y sonsacarle la verdad y la razón de su desaparición diaria o incluso semanal. 

Cuando llegó a la calle de Greg, el adolescente detuvo sus pasos delante de la casa del mismo. Las ventanas estaban cerradas y las persianas bajadas. Ni un ápice de luz podría llegar a tocar la piel del muchacho. Al llamar a la puerta nadie respondió. Tras 5 minutos de insistir, apareció el joven con una mirada sombría que parecía querer destruir lo que se interpusiera entre el camino de su percepción y su cerebro. Sonrió:
-Hombre, tío. ¿Cómo tú por aquí? -La sonrisa forzada y sombría no desaparecía de su boca.
-Estoy preocupado por ti. ¿Qué es eso de abandonar los estudios? Mírate... ¿Te estás drogando? En serio...
Greg Finnis abandonó su retorcida sonrisa y le indicó a su compañero que entrara en su casa.
-¿Te gusta sentirse solo de vez en cuando?
-Claro... Todos necesitamos tiempo para nuestra intimi... -Greg le interrumpió.
-Sígueme.
Los dos adolescentes llegaron a la habitación del enfermizo muchacho. Las luz tenía vetada la entrada. No se veía nada y Greg ya se había separado de su preocupado colega.
-¿Echamos una partidas a algo? ¡Saca el juego de tiros y nos repartimos a hostia con los guiris!
Sólo suspiros contestaron su llamada.
-He vendido la consola para poder adquirir algo... Especial.
El chico aburrido arqueó una ceja.
-Para porros y mierda de esa, ¿no?
Una sonora y siniestra carcajada llenó el ambiente.
-Siéntate a mi lado y concéntrate. No uso drogas para esto, sólo el poder de mi mente.
-Probemos... ¡Pero luego te vienes a mi casa a echar unas partidas!
El preocupado compañero de Greg apareció en su casa por la madrugada. Ninguno de los dos recordó jamás que ocurrió, pero conocían las sensaciones que se extraían de ello y eran agradables.

Ninguno de los dos apareció en clase al día siguiente, pero el novicio estaba completamente satisfecho de la experiencia. Cuando volvieron a sus estudios nadie les reconoció. La piel pálida que lucían era casi transparente y sus ojos se salían de las órbitas. Parecía que usaban el grotesco maquillaje de un grupo de metal satánico.

Greg esgrimió su peculiar sonrisa.
-¿Te gustó?
-Creo que la vida de nuestros compañeros está sobrevalorada.
-Haremos algo al respecto. Me alegro de tenerte de vuelta.
-Gracias a ti. Me gustó. Me gustó muchísimo. Éxtasis. -Tartamudeaba y le daban espasmos.
-Tranquilo. Un par de semanas más y formarás parte de ello. De hecho, yo, nosotros, no somos Greg.

Unos meses después y antes del término de las clases diarias, aparecieron asesinados todos los estudiantes del centro. Los jóvenes presentaban cortes profundos y amplios. La carne desgarrada y los órganos inundaban los pasillos del instituto a causa de algunos desafortunados escapistas. Los cristales de las puertas y las ventanas estaban teñidos de un carmesí apagado y en el gimnasio, el aula más grande del lugar, habían dos cabezas empaladas grotescamente en los conos usados en las clases de educación física. Los cadáveres estaban irreconocibles, justo detrás del potro. Los ojos desorbitados de ambas cabezas ya no verían nunca más la luz y su blanca tez ya no existiría más. Desde ese momento y hasta la eternidad formarían parte de un ser etéreo.