lunes, 13 de mayo de 2013

Despertar de Tinta

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[Este relato lo presenté a un concurso de poca trascendencia aquí en Barcelona. No quedé ni finalista. No soy nadie para juzgar el trabajo de otras personas, pero leyendo las obras finalistas algo me dice que los jueces que valoran estos productos no son demasiado literatos. No me importa no ganar, no me importa no clasificarme. Lo único que pido es que se garantice un mínimo de calidad. Allá va, pues. Es algo limitado ya que se restringía a 3.000 caracteres].

La estación de ferrocarriles de Sabadell estaba completamente vacía cuando llegué. Me pareció muy extraño teniendo en cuenta la gran afluencia que tiene este transporte, pero descarté ese pensamiento tras introducir el billete en la ranura de las puertas. Una vez en el andén me alegré de estar en la mejor de las compañías: la soledad. Uno de los placeres más sencillos y baratos que hay en esta vida es el poder leer o escribir arrullado por el sonido amortiguado de las ruedas del ferrocarril rozando la vía metálica.

El murmuro del viento rozando los cristales del transporte y la nana que comporta el cuadro del hermoso paisaje catalán poseyeron mi mente de tal modo que casi caí en un trance artístico, pero el pitido que advierte la apertura y cierre de las puertas rompió la onírica del momento. Me encontraba ya en Bellaterra y todavía nadie había aparecido. En mi inocencia pensé que sería fantástico llegar hasta Barcelona completamente aislado del mundo.

Cuando la distancia entre estaciones creció aproveché para sacar la libreta que siempre llevo encima y proceder a escribir algo medianamente decente. Hacía semanas que la tinta no fluía con naturalidad y empecé a preocuparme seriamente por mi falta de inspiración. Esa era, básicamente, mi excusa para dejarlo todo y partir hacia la ciudad con más capas históricas de la zona. Hay algo mágico y fantástico tras las antiguas murallas de Barcelona que me atrapa y me sumerge, pero se me antoja inefable.

A medida que iba llenando las páginas de frases sin sentido y de dudosa calidad me sentía más y más frustrado. "Quisiera poder enamorarme de la muerte, ente justo y diligente, fascinante y peligroso, místico pero cercano, desconocido pero cotidiano... Quisiera rozar su tez con mis dedos y besar sus pálidos labios. Quisiera hacerle saber que no le odio, que entiendo sus métodos". Me sentí tan ridículo al haber escrito eso que arranqué la página y la arrojé al fondo del vagón.

La inspiración, pero, llegó a mí acompañada de una chica joven que entró con tranquilidad en el vagón. Se sentó a mi lado. Era hermosa, de piel pálida y de labios carnosos. Bajo sus ojos descansaban unas enormes ojeras, pero eso no le robaba belleza. Estaba ataviada con un largo y elegante vestido negro. Se dirigió hacia mí.

"Nunca dejes de creer en la escritura, pues es más poderosa de lo que un ser humano podría comprender. Mi presencia aquí no sería posible sin la tinta que has derramado sobre el papel. Si sigues deseando que tu alma sea mía te estaré esperando más allá de las puertas del bien y el mal, allá donde residen todos y nadie vive. Recuerda que el arte transgrede los límites de lo que es real; es, de hecho, lo único que me interesa de tu mundo". Me besó con dulzura y apoyó su cara sobre mi hombro derecho. "Seré tuya". Ese último susurro provocó en mí algo que nunca entenderé. El amor despierta mariposas en el estómago, nerviosismo, inseguridad, pasión y locura, al fin y al cabo. Lo que "ella" me hizo sentir me dejó inconsciente.

Lo último que recuerdo es la sonrisa del amable conductor del vehículo asomado por encima de mí.
-Qué, ¿has dormido bien? Ya hemos llegado a Barcelona.
-Perdone, -dije parpadeando para acostumbrarme a la luz. -¿ha visto a una muchacha joven?
-No sabría decirte. Ten en cuenta que han salido más de trescientas personas del ferrocarril.

¿No era el único viajante? La soledad ya no era grata compañía. No sé si desperté de un sueño o si la propia vida lo es. Sí, Barcelona es mágica.

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