miércoles, 14 de marzo de 2012

Lirignis y Novlio

1
El amor puede nacer en cualquier circunstancia: desde en medio de la guerra hasta en la paz más profunda y veraz. Lo que el ser humano debe tener presente que si hay un sinónimo de locura ése es sin duda alguna el amor.

A los pies tenía a la humanidad; el universo en su inmensidad pertenecía al hombre que, como Tristán, Tirant lo blanch o Paris de Troya, decidió sacrificar todo lo que jamás podría ser suyo para avivar las llamas de la pasión.

Los supersticiosos sacerdotes de Acredis creían que había un modo de detener el fin de todo lo conocido hasta ese momento. Un cometa del tamaño de la luna se cernía sobre las proximidades de Bialia, el planeta actualmente conocido como la Tierra. Curiosamente, los métodos de astronomía de la época no eran tan prehistóricos como se podría deducir a pesar de que desconocían, como todos, los orígenes de la vida; esto les permitió divisar un ente luminoso de apariencia hostil y de trayectoria preocupante.

Según los sacerdotes, el único modo de detener a tan imponente monstruo galáctico se derivaba del sacrificio de una de las doncellas nacidas durante una jornada concreta, bajo la luz de la media luna, en un continente concreto, y cerca del mar. Los datos son confusos ya que fueron destruidos en el posterior incidente, pero en ellos se observa implícitamente que estas doncellas eran propensas a morir jóvenes pues el mundo las había dotado de una salud frágil a pesar de haberles confiado parte de su energía.

En Acredis, el poder regente se dividía en el ámbito religioso y el ámbito ejecutivo: el rey de los sacerdotes era el Heródita y el de los ciudadanos era el Teólimos. El Heródita Yugos decidió partir con la compañía de más de dos tercios de sus tropas con el fin de encontrar a la doncella que salvaría al mundo. Su ejército era inefablemente enorme, a pesar de que suene paradojal. Los sacros militares hacían retumbar la tierra allí dónde desfilaban. Yugos sentía cierta ansiedad y presura, pues el Teólimos, Novlio, había descubierto durante uno de sus abundantes estudios que encontrar a una de estas doncellas podría llevar años. Para cuando se encontraba a una de ellas, sólo hallaban huesos y polvo. Sus recelos le habían llevado a una obsesiva búsqueda que había dado sus frutos: la única familia conocida que había tenido una descendencia de esas características vivía en Ignia, una villa relativamente lejana de Acredis.

A pesar de ser todo un sabio, Novlio era joven. Se había visto obligado a devorar todos los ensayos de la enorme biblioteca del palacio real tras la muerte de su padre. Debía defender el trono con aplomo si quería conservar el puesto. Y le apasionaba ser justo e intentar hacer que todo el pueblo fuera feliz; pero era imposible y él lo sabía.

Cuando Yugos llegó a la corte de Novlio, el Heródita le inquirió el proceso del ritual.
-Mi estimado Yugos, déjeme antes examinar a nuestra pobre doncella. El ritual es penoso y desafortunado, así como extenso y tortuoso. No vamos a sacrificar a alguien en balde.
-Usted y yo tenemos el mismo poder. ¿Osa desacreditarme? ¡Esta es la joven que debe morir por nosotros!
-Esta es la joven que podría deber morir por usted, quiere decir. Tenemos el mismo poder, sí, pero eso sólo significa que ambos debemos estar de acuerdo.
Entre dientes, el viejo Yugos profesó algunos insultos que Novlio oyó y pasó por alto.
-¡Aquí la tienes! –La lanzó contra el suelo de la cámara de audiencias y dejó al rey a solas con su víctima.

-¿Cómo te llamas, joven?
La doncella alzó la mirada hacia el rey. –Mi nombre es Lirignis, señor… -Titubeó.

Hasta ese preciso instante, Novlio no se había fijado en las facciones de la mujer. Tampoco habría prestado atención a cualquier movimiento interno de sus órganos en un caso normal. Pero esa vez no se trataba de un caso normal.

Los marrones ojos de la doncella se clavaron en las pupilas verdes de nuestro joven rey. El romance entre el iris de cada uno de los dos individuos dio lugar al nacimiento de las lágrimas más dulces que jamás destilaron las lacrimosas del joven. El tiempo se detuvo para ambos. La respiración dejó de ser entrecortada pues simplemente el oxígeno no tenía lugar entre los dos ya amantes sin conocimiento. El vello se erizó, la piel se tensó, los labios se humedecieron, las manos se entrelazaron, los nudillos chocaron, los torsos permanecieron separados pero la mirada no cesó. Jamás. La historia dice que tras ese instante ocurrieron muchas otras calamidades, que el mundo quedó reducido a cenizas y que la humanidad nunca volvió a ser la misma. A pesar de todo lo escrito, los dos desconocedores del arte del amor jamás cesaron de intercambiar hermosas alegorías del color del mar y del color de la tierra.

Novlio carraspeó y la instó a ponerse de pie. Ella hizo lo propio y ambos se dirigieron a la alcoba real. El rey miraba por la ventana, sin interés.
-¿Lo has sentido?
-Sí. –Dijo con aplomo la doncella que ahora no parecía tan inocente.
-Vivamos. Vivamos el tiempo que le quede a la Tierra. Los últimos instantes del mundo serán el réquiem de nuestro universo.
-La ira del cielo se cernirá sobre nuestras almas, pero nuestra esencia permanecerá en éste mundo para siempre.
Ambos se miraron de nuevo. Todo lo que habían dicho había surgido de modo espontáneo pero se notaba un cierto aire de seguridad que implicaba un conocimiento previo. Algo les impulsó a pronunciar las palabras más hermosas jamás escritas. Nadie las conoce.
El rey rió. -¡Larguémonos de aquí antes de que el idiota del Heródita vuelva!
-Pero… ¿No amas a tu pueblo? Todos morirán.
-Ellos viajarán al más allá. Tú y yo sufriremos nuestro castigo y ellos podrán abandonar éste mundo de hipocresía y de burocracia injusta.

Al alba abandonaron el castillo vestidos con indumentarias de comerciantes. El rey se afeitó la serena barba y la doncella se cortó la hermosa melena dorada.

Nunca más se les volvió a ver y, por ende, la humanidad se dirigía hacia su inevitable exterminio.
Apostados en el filo de un abismo estaban los amantes. La silueta de la pareja se alargaba gracias a las sombras proyectadas por la potente luz ígnea de un titánico cometa que estaba a punto de visitar Bialia. Los dos jóvenes temblaban. Sentían cierto temor por lo que les depararía tras la muerte. ¿Sería doloroso perecer?
-No tengas miedo, Lirignis, tus ojos destilan una luz mucho más poderosa que la del cometa que nos dará las buenas noches eternas. ¿No es hermoso? Podré morir al lado de la mujer más hermosa de la creación.
-Y yo podré desaparecer junto al rey más poderoso del planeta. Has sido mío durante unos instantes indescriptibles.
Novlio exhaló su última carcajada. –Y lo seguiré siendo después de que la parca me reclame.
Sus rostros se acercaron y bloquearon la imagen del cometa con la fusión de sus labios. Segundos más tarde no quedaba ni rastro de lo que una vez fue una gran civilización y el cielo había perdido la belleza otorgada por la luz del cometa.


La humanidad se merecía, a mi parecer, la destrucción. ¿Cómo sé todo esto? Dicen que los sentimientos que corrían por sus venas eran tan poderosos que tras su muerte alcanzaron forma física. Ya ha pasado mucho tiempo desde entonces y ya me siento viejo…

1 Response to Lirignis y Novlio

la supernena verde
14 de marzo de 2012, 19:43

Pues me ha gustado, Burbuja :)

Publicar un comentario