martes, 18 de diciembre de 2012

La Campana del Cielo - Cuento infantil

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Érase un hombre tan benevolente que hasta los mismísimos ángeles le envidiaban. En toda su vida jamás agravó a nadie, nunca injurió ni calumnió sobre otros individuos y siempre respetó a sus semejantes. Pero la bondad no es resguardo para el barquero del río Estigio. La muerte le avisó durante en sueños de que su estancia en la Tierra tocaba a su fin. Él no se sintió sobresaltado, ni la Parca se mostró agresiva. Lo único que se podía respirar en el ambienta era paz y quietud.

Una vez segada el alma del buen señor, le llegó la hora del juicio eterno. Se iba a decidir si su esencia debía permanecer en el infierno o en el paraíso. El tribunal dictó sentencia sin vacilar ni un instante. "Paraíso" fue lo que dijo el arcángel más imponente, con voz clara, concisa y poderosa. Dos ángeles le tendieron sendas manos y él las agarró con respeto. De repente, se encontraba en un jardín radiante repleto de jóvenes riendo y cantando. El color verde predominaba en la zona, así como el naranja del cielo soleado en el alba eterna.

Cuando se fijó en sus propias manos vio que incluso él era joven. Su vejez se había esfumado con su vida. No tuvo tiempo de acercarse a una magnánima fuente situada en el centro de una pequeña y acogedora plaza, cuando un arcángel le agarró con suavidad del hombro.

-Tú, humano fiel. Tú que has seguido no los designios de un Dios ficticio y vengativo, sino los de un Dios real que desea el bien individual y colectivo. Tú que llegaste a ser feliz sin arrebatar parte del árbol de la vida a nadie. Tú, que a pesar de todo entiendes que los sacrificios son necesarios. Tú has sido otorgado con la bendición de nuestro señor. Podrás pedirle lo que más desees. Una vida, un deseo; no seas avaricioso, ni eclipses la rectitud de tu senda. Cuando estés decidido ven a verme.

El pobre hombre estaba asustado y, además, se sentía inferior al ser blanquecino y alado. Intentó pensar en algo que no tuviera y que deseara con todo fervor y solo se le ocurrió algo que ya no tenía: la compañía de su difunta mujer. Se decidió a reencontrarse con el arcángel y él le llevó ante Dios. No lucía una gran barba blanca como decían las falsas leyendas, ni era tan alto como un gigante. De hecho, era más bien bajo, y su calva estaba rodeada por los pocos pelos que le quedaban. De todos modos parecía el ser más sabio que jamás había presenciado el humano.

-¿Qué tengo el honor de otorgarte, fiel hermano? -La voz de la divinidad era solemne, pero natural.

-Señor, me honraría ser su hermano, pero creo que no soy más que un vasallo a su disposición.

El anciano arqueó las cejas y respondió, algo enojado: -Yo solo soy el guardián del cosmos y de la creación. Cuando yo desaparezca alguien más me sustituirá. El criterio de las fuerzas cósmicas siempre es acertado, pero yo no soy más que un sirviente del todo, como tú y como todos.

El difunto se sintió más seguro y respondió: Quiero tener de vuelta a mi mujer.

-Será muy sencillo crear una réplica exacta. Conservará recuerdos y sentimientos.

La cara del humano denotaba preocupación. -Pero... Señor. Yo quiero a mi esposa de verdad; a la que murió hace 10 años. No una imitación, por muy perfecta que sea. Ella debe de estar esperándome.

Dios sonrió y le preguntó: ¿Estás seguro de lo que deseas?

-Sí, mi señor.

-En ese caso, yo te otorgo el valor y la constancia. Te entrego la esperanza y el tiempo. Te permito blandir el amor como brújula y podrás sortear los obstáculos en tu camino; los habrá. Toma esta rosa de fuego como regalo a la mujer más afortunada -Chasqueó los dedos y apareció una flor formada de llamas. -Y este mapa -le tendió un pergamino enrollado- te permitirá volver a tu hogar aquí sin te rindes en tu búsqueda.
Te concedo la oportunidad de buscar lo que más deseas. Ella está aquí, pero no te diré dónde exactamente. Y el Edén es enorme. Tienes toda la eternidad para encontrarla. Pero lo más importante es que tienes una razón para vivir eternamente antes y después de cumplir tu objetivo.

-Gracias, mi señor. -Y el hombre partió sin decir nada más. Por fin se adentraba en un mundo en el que era algo más que un anciano esperando a la muerte. Algún día le pediría a la Parca de jugar al ajedrez.

Sonó tres veces la campana del cielo cuando el hombre partió. Los ángeles y los espíritus formaron todos ellos una pequeña reverencia. Incluso Dios hizo lo propio, con lágrimas en los ojos.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

El Rey Sin Nombre - Capítulo I

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Todo se encontraba en llamas. Lo único que sus doloridos ojos le permitieron ver al señor de las tierras fue una mujer gimiendo sobre un charco de sangre. Los aullidos que profería no eran únicamente de dolor, pues estaba siendo violada por un hombre más bien delgado, con una larga melena rubia; otro individuo, colocado a cuclillas cerca del torso de la víctima, le agarraba el cuello para que no se moviera. Este último personaje era ancho de espaldas, corpulento y lucía una larga y espesa barba. Los músculos del brazo parecían estar en tensión constante y constrastaban mucho con los del joven acosador, que debía de de pesar cinco veces menos.

El señor feudal intentó incorporarse sin éxito, asustado por una luz carmesí. Luego se dio cuenta de que no era más que la sangra que le manaba desde el cráneo hasta el interior de los ojos, cegándolo momentáneamente.
-Marya. -Fue el único pensamiento que viajó desde su cerebro hasta sus labios en un susurro. La mujer era su esposa, y el pequeño reino que había construido con sus manos algún antepasado suyo hacía generaciones también estaba siendo violado.

El rojo de la sangre se unió al naranja pálido de las llamas. El sonido crepitante era tranquilizador, a pesar de todo, aunque la leña que alimentaba el fuego del hogar era su propia vida.

Los hombres terminaron su trabajo y abandonaron la pequeña habitación donde el señor había hecho refugiar a su mujer. La daba por muerta, nada podía hacer por ella, pero tampoco podía derramar lágrimas porque la muerte lo abrazaba. Las llamas le estaban consumiendo desde el brazo izquierdo, donde cayó un fragmento de viga ardiente, pero en ese instante un caballo desbocado con una espada incrustada en su lomo se acercó desesperado al hombre. Cayó de bruces sobre él antes de que le diera tiempo a seguir huyendo de la Dama Negra, que al final alcanzó al pobre animal. El antaño poderoso señor notó como peso del cuerpo del caballo le rompía el brazo, pero también consumió sus llamas. Optó por desvanecerse y dejarse llevar por la inconsciencia.

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El granjero apartó la vista del fuego que estaba destruyendo su cosecha y gimió, dolorido.
-¿A qué demonios ha venido ese bastonazo, Myrio?
-No solo has dejado de hacer tu trabajo, sino que te has arriesgado a sufrir algún desperfecto en ese cuerpo raquítico. Ese fuego no va a apagarse por mucho que le desafíes con la mirada. -El propietario de la Granja del Mangual, Myrio Tean, volvió sobre lentos pasos a su hogar. -¡Date una ducha y acércate a mi habitación a medianoche! ¡No dejaré a medias esa partida de ajedrez! -Le bramó a lo lejos.

Rik aun recordaba cómo un ejército de desconocidos arrasó sin razón aparente su hogar. Su padre, el caballero más respetado por el rey del lugar, abrió un saco de arroz y allí fue donde colocó a su hijo a pesar de sus protestas. El defensor del señor lanzó el saco lejos de su propio hogar para que los asesinos no le prestaran atención. Por suerte, las llamas no llegaron al contenedor de carne humana y arroz, pero Rik oyó a un bardo cantar que las llamas arrasaron con todo, incluso con el cadáver del rey. Era extraño, pues Rik no recordaba el nombre de su antiguo rey. De todos modos eso no tenía importancia. Toda su familia estaba muerta y el bueno de Myrio le dio tutela cuando apareció entre harapos en un camino comercial. Fue una suerte que el propietario de la granja pasara por allí para vender su mercancía.

El chico terminó de sembrar las zanahorias y los nabos que Myrio vendería a precio de oro en el sur. Por lo visto, allá escaseaban las tierras fértiles. Según se podía oír en las tabernas, la guerra se había agravado. Los campos se alimentaban de sangre y hierro, además de la sal que lanzaban los victoriosos. El conflicto le traía sin cuidado al joven, pero si no conseguía que brotara la cantidad necesaria de alimento, Myrio le partiría los huesos con su bastón.

Al llegar la medianoche, Rik hizo caso de Myrio e intentó ganarle la partida, sin conseguirlo. El muchacho permanecía sombrío y silencioso, cosa que extrañó al anciano barrigudo.

-Muchacho, ¿te sucede algo? No has pronunciado una palabra en toda la partida.
El joven no se lo pensó dos veces antes de preguntarle. Myrio nunca estaba disponible, salvo durante sus partidas semanales de ajedrez.
-Myrio... ¿Por qué quemaron la finca del viejo Fylien?
El anciano suspiró. -Rik, eres muy joven para hablar de estas cosas, pero te lo contaré. Ese viejo consumía más de lo que poseía, ¿entiendes? Vivía por encima de sus posibilidades. ¿Cómo? Les pedía préstamos a los hombres más poderosos de la zona. Por desgracia, estos tipos son todos guerreros que se ganaron sus riquezas a base de tajos y puñetazos. El viejo no les devolvió nunca lo que les debía. Escúchame, niño: Nunca trates con los Ojerosos.
-¿Quienes?
-Así se hacen llamar algunos de los guerreros que sobrevivieron a la Gran Guerra. Algunos no recuerdan el motivo de la misma y, otros, nunca lo conocieron. Son muy hábiles con la espada y creen que tienen derecho a afilarla con los huesos de los que no les satisfagan.
-Así que Fylien les robaba a esos hombres.
-Muy astuto, sí.
Rik sabía que era una ocasión única para realizar la verdadera pregunta.
-¿Viajaste alguna vez a Lecho del Río? -Se forzó a no llorar.
Myrio cerró los ojos largo rato.
-Chico... Comercié en varias ocasiones allá, sí. Ya te he dicho que no conozco a ningún superviviente de la ciudad.
-Apenas conocía a mi padre. Solo sé que servía a un buen rey, pero no consigo recordar su nombre.
-La historia es cruel con los hombres pequeños, chico. Lecho del Río no era una fortaleza armada, sino un idílico emplazamiento rodeado de bellos bosques. Nunca se recordaría el nombre de un rey aislado.

Rik se sentía demasiado mal como para seguir hablando del tema. Hizo ademán de levantarse, pero Myrio le lanzó una capa de piel de oveja.
-Esta noche hará frío. Con esto podrás arroparte.
El sonido de unos nudillos golpeando la puerta principal de la casa del anciano cogió a los dos por sorpresa.
-Ve a ver quién es y dile que venga a verme, muchacho. Estoy muy cansado.

El joven abrió el portón y saludó con rudeza a un hombre rubio, con el pelo largo y brillante. Estaba delgado, por lo que Rik pensó que hacía tiempo que no probaba un buen plato. La armadura tintineó cuando su yegua blanca relinchó, pues el caballero la había colgado de su lomo.
-Perdona, chico. Necesito un lugar donde resguardarme. Parece que va a llover y mi destino queda aún lejos. Te pagaré con monedas de plata.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Manchas de tinta

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El escritor vuelve a casa tras sus frecuentes paseos a través de las pocas zonas verdes que quedan en su ciudad. No se puede permitir viajar a las afueras todos los días ni tampoco quiere alejarse en exceso de lo que le importa realmente. Una vez ha abierto la puerta de entrada de su hogar se da cuenta de que la luz de la lámpara del estudio permanece encendida, y él la había apagado.

Está seguro de que la electricidad debe estar desactivada en esa habitación, pero no le da más importancia y sigue adelante, se dirige al estudio en el que da vida a sus relatos. No hay nada extraño ni fuera de lugar en el cuarto, salvo una hoja de papel sobre el escritorio y un tintero volcado, apenas alejado del papel. Parece como si el recipiente hubiese querido huir de su víctima arbórea. La página está manchada de tinta, pero puede divisar escritos cuando fuerza la vista. El contenido está emborronado, pero no recuerda haber escrito nada durante el día y mucho menos haberlo dejado en casa. Además, él no era tan sucio con sus trabajos. Hace un esfuerzo, se coloca las gafas e intenta descifrar qué dice:

Deja de lamentarte, deja de simular que nada ha ocurrido. Sabes perfectamente lo que sientes y lo que quieres a cambio. No puedes mentirte y no puedes forzar tu corazón para que deje de latir y mucho menos cuando lleva tiempo haciéndolo a ritmo de anemia. Cuando mojas mi cuerpo en tinta para reprocharle a la hoja todo lo que crees saber puedo vislumbrar mucho más de lo que crees. Seguro que no esperarías que tu instrumento se fijara en como te quedas mirando a la nada, fijando la vista en el horizonte a través de la ventana cada vez que escribes su nombre.

Ella; ella posee la palabra más utilizada por ti, la conjunción que me has obligado a crear una y otra vez. La hoja en blanco y yo coincidimos en algo: eres un cobarde. Deja de escribir lo que ya sabes y pasa a la acción. A veces es necesario partir en busca de uno mismo; ten en cuenta que jamás lo dejarás todo pues tienes más suerte de la que crees. Nos duele ver día tras día que tus sentimientos mueren de hambre. Si cometes un error aprenderás de él, no tengas miedo al rechazo. Seguro que es mejor que la nada absoluta en la que te sumes.

En ocasiones dejas caer tu flequillo sobre tu frente, sobre tus ojos. Cuando el viento que entra a través de la ventana y entras en trance, empuja el cabello hacia ti y te ciega momentáneamente, recuerdas su melena vivaz, ondeando como la bandera más triunfal. Ese movimiento colorido te evoca a sus labios rojizos. Hasta en ti mismo guardas fragmentos de ella. ¿Recuerdas lo primero que escribiste en su honor cuando ni siquiera sabías qué ibas a sentir? ¿Qué haces? Estás perdiendo el tiempo día tras día, pues esos paseos tuyos no gestan nada. Ella es el génesis de tu creación. Acéptalo.

Soy solo la varita del mago, pero creo que lo conozco mejor que él mismo. Ella también sabe de ti; aquí está lo primero que le dedicaste, pero solo ella conoce la clave. 

Pista a la muchacha: Cuando él quiere mostrarte algo. Es una pequeña frase de tres palabras.

El escritor alzó la cabeza y despegó sus ojos de la nota. No quiso pensar racionalmente en cómo se había formado ese mensaje, pero creyó que alguien había leído en su alma, así que asintió en silencio y se dispuso a descansar.

A la mañana siguiente, el autor ya tenía un par de maletas pesadas preparadas. Nadie supo nunca a dónde se dirigió, pero de vez en cuando volvía a su hogar para encontrarse con sus antiguos compañeros. Y lo hacía con una sonrisa de oreja a oreja. Era feliz. Solo ellos conocieron su emplazamiento durante sus viajes, nadie más. Ojalá el autor reuniera valor y eso se cumpliera.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Querida Denna

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Querida, respetada y admirada Denna:

En los momentos de angustia insostenible apareces tú ondeando tu melena de ébano, sonriendo. La primera vez que sentí tu presencia podría situarse durante el día en que el joven Kvothe consiguió hacernos romper a llorar a todos en el Eóleo. Sí, el pobre muchacho anduvo buscándote con desesperación cuando le hiciste el amor con tu voz a su canto. Yo tuve la suerte de ver como te alzabas decidida a salvar esa obra artística. Pensé que huirías del local completamente indignada pues tu semblante permanecía serio, pero cuando tu hermosa melodía vocal cogió de la mano a las notas del laúd orgulloso perdí la facultad de razonar. Qué bella me pareciste entonces y qué ignorante fui al retener una imagen tan simple de ti. Sé que entre ese joven genio y tú hay algo especial por el brillo de vuestros ojos cuando cruzáis las miradas. No tengo pretensiones, no me conoces. Ni siquiera me viste y creo que es mejor así. Tratas a los hombres estúpidos y vanidosos como se merecen. Creen presumir de belleza en sus manos pero solo hacen gala de la cretinería que tú misma les sacas a la luz. No te mentiría si te dijera que desearía entregarte mi alma y mi corazón única y enteramente a ti, agridulce néctar divino, pero eso no cambiaría nada. Tú le perteneces a Kvothe y él te pertenece a ti. Sé que hablar de amor a primera vista puede sonar infantil e injustificado, pero creo que es lo que sentí cuando tus iris me hipnotizaron. No sufras por mí, yo no lo haré. Sé feliz, que eso es lo que intentaré con todas mis fuerzas.

Sé más de lo que crees por la sencilla razón de que estudio con el famoso pelirrojo en la Universidad. Formo parte del Arcano aunque no soy ni por asomo tan brillante como él. La verdad es que me cae bastante bien aunque apenas hemos intercambiado palabras. Él ha sido amable conmigo y yo lo seré con él a partir de ahora. Si me llegara el rumor de que corres peligro, abandonaría mis estudios momentáneamente (suerte que pagamos por bimestres) e iría raudo a protegerte desde las sombras. Es muy reservado, pero hablo de él porque es evidente que existe una chispa entre vosotros dos, lo aceptéis o no. A pesar de todo, el arcanista más joven del lugar no entiende en absoluto a las mujeres. Te podrá parecer divertido y puede que a veces te consterne, pero por favor, no pierdas la paciencia con él. 

Quisiera ser, si me lo permitieras, tu ángel guardián, tus alas de ébano en el abismo y tu llama en la oscuridad. Lo único que quiero a cambio es que sigas viviendo, pero felizmente. No quiero que ligues tu vida con nadie a causa de presiones externas ni nada por el estilo. Pasará lo que tenga que pasar y, en un mundo tan peligroso como el nuestro, la muerte acecha en cada esquina. Todos hemos tenido problemas y me puedo imaginar que tu vida no es un lecho de rosas. Por esa misma razón necesito saber que un capricho de Tehlu como tú está sana y a salvo. Tengo la extraña sensación de que todo se va a complicar con el paso del tiempo y no sé por qué.

Por cierto, ¿sabes qué mosca le ha picado a Kvothe con los Chandrian? No deja de preguntar por ahí si alguien tiene algún libro de referencia sobre ellos. Me imagino que querrá componer alguna nueva canción pero… ¡Menudo tema más truculento que ha ido a escoger!

No te he vuelto a ver por aquí en semanas. Y eso que frecuento el Eóleo… A pesar de todo he pagado un par de talentos a un muchacho fiel para que te busque día tras día hasta que pueda entregarte esta carta. Es mucho dinero, pero ¿de qué sirve éste si no hace su función?

Para terminar, déjame enumerar lo menos importante de tu persona: le hermosura total. Denna, si existiera un reino de perfección, tú serías su soberana. Qué envidia le tengo a tu larga cabellera cuando roza tu tez fina y aparentemente suave…. Siento algo de temor cuando por azares de la vida nos percatamos de la presencia del otro. Alguna vez me has mirado sin querer durante esas ajetreadas noches de licores y arte. Tu mirada denota… ¿Inteligencia? Pero inmadurez. No te ofendas. Creo que eres el símbolo viviente de la mujer imposible, del amor que escapa y que solo aparece cuando le apetece. Creo que Kvothe piensa lo mismo. Sin más dilación te dejo que sigas con tu vida como normalmente, pero nunca te infravalores, Denna, porque eres una estrella en el universo y brillas mucho más que el fuego azul de los seres más terribles y alumbras con más potencia y pureza que el fuego de las antorchas de los Amyr.

Eternamente tuyo, y desde mi pseudónimo, 
                                   Oniris

lunes, 15 de octubre de 2012

Edgar el altruista: Hambriento de desdicha

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Hace muchísimo tiempo, cuando ni siquiera habían evolucionado los medios de comunicación como la prensa, la televisión o el lanzamiento masivo de obras escritas, pululaba por todo el mundo un hombre pudiente. Este individuo, de unos 40 años, tenía una especie de don majestuoso: podía absorber la tristeza ajena. Edgar, que era así como se llamaba el entrecano aristócrata, decidió un día común que se había cansado de permanecer en su mansión a esperar a la muerte año tras año. Y tras tomar esa decisión abandonó su hogar, se alejó de los enormes jardines que poseía y se despidió de su servicio, al que siguió otorgando un sueldo respetable para que continuara con sus tareas a pesar de su ausencia.

El altruista Edgar, adjetivo con el que comúnmente le describían los afortunados que se topaban con él, siempre vagaba cabizbajo, como si algo le avergonzara. Era evidente que no tenía nada que esconder, pero si actitud se podía desprender de algo evidente: la tristeza que eliminaba de los desdichados le afectaba a él por igual, no desaparecía completamente. Así que la presencia de Edgar era como poco desagradable: su mirada sombría ponía la piel de gallina a los críos que jugaban alegremente en los parques, su pose de indiferencia y la ausencia de felicidad en su rostro helaba la sangre de los adultos y pocos se dejaban ya tocar por el milagroso y excéntrico extranjero.

Una noche, en una de las pocas posadas en las que el dinero permitía a Edgar alojarse a causa de su indumentaria decadente, el altruista no pudo dormir. Los sueños le acosaban, las pesadillas le perseguían noche tras noche y los fantasmas del resto de personas le espiaban desde las esquinas de todas las habitaciones en las que entraba. Pero de todos modos eso era lo que le ocurría normalmente. Lo extraño del sueño durante ese día concreto fue el recuerdo de su difunta esposa.

Rememoró en manos de Morfeo la muerte de su mujer. La visión fue tan nítida que por la mañana la posadera reprendió a Edgar por los gritos que profirió en sueños. Edgar y Priscilla se amaban y trataban bien a sus criados. Priscilla tuvo su primera hija justo antes de alcanzar la edad que la dejo infértil; el nombre de la muchacha era Agatha. Un buen día, Priscilla empezó a sudar desmesuradamente e intercalaba episodios de mal humor con desmayos constantes. Edgar, aterrado, hizo venir a su sanador privado, el más hábil de la zona. El veredicto del doctor fue cruel. Edgar tenía grabadas a fuego las palabras del anciano y su mente las reproducía en eco:

“Priscilla padece la enfermedad más rara de la era en la que vivimos. Aún no sabemos qué la provoca ni por qué los seres humanos somos tan débiles ante ella. Ha empezado con altas fiebres y con cambios bruscos de humor. Seguirá con nerviosismo extremo y erupciones en la piel. Aniquilará todo rastro de belleza en la piel de su amada y finalmente ésta perderá la vida entre lo que nuestra comunidad ha definido como el más terrible de los dolores. Si su esposa no ha tenido la suerte de morir para entonces, irá perdiendo facultades hasta que se convierta en un ser inservible. Siento darle las malas noticias, señor, pero mi oficio me exige que sea directo y conciso”.

Priscilla iba a morir, estaba muerta, de hecho, pero Edgar no supo qué hacer para salvarla. Sabía que era totalmente imposible evitar esa muerte segura, pero se dispuso a hacer de los últimos días de Priscilla una suerte de carta de presentación al Edén. Edgar ordenó edificar un templo construido enteramente de mármol y, en su interior, descansaba la figura de marfil de Priscilla. Esta estatua fue esculpida por uno de los mejores artistas de la época y la idea de Edgar era la de imitar la adoración divina y el modo en el que se les mostraba respeto a sus dioses los habitantes de la Grecia clásica.

La reacción de Priscilla, con Agatha siempre entre sus brazos, al ver el enorme templo construido en su honor, fue de indiferencia total. Sus párpados caídos denotaban cansancio y esa visión no la animó en absoluto.
-Edgar, que mandes construir un mausoleo con mi figura no me evoca demasiado optimismo.
-¡No se trata de un mausoleo, cariño! Es una oda a tu belleza. Tu enfermedad tiene cura, pero debes descansar y legar el cuidado de Agatha al servicio. Es su trabajo.
-¿Belleza? Mi tez es más pálida que la nieve y se aprecia la sangre al correr sin fuerza por mis venas. Me voy con Agatha a cocinar algo. Así quizá me sentiré útil.

Esa fue la última vez que Edgar vio a Priscilla y a Agatha. Cuando se presentó en la cocina para hacerles compañía, solo encontró luz, llamas y humo negro. Edgar quiso gritar, pero no le salían las palabras. Cuando torció la mirada se percató de la nota que permanecía en la puerta, clavada en un puñal:

“No vale la pena vivir como una Diosa si eso implica ser solo una estatua. Escuché el diagnóstico del doctor. Agatha no podría tener una mejor madre que yo misma en el paraíso. Adiós, Edgar, allí nos volveremos a encontrar”.

Cuando la primera lágrima recorrió la mejilla del desdichado por aquél entonces joven, una sombra viscosa y deforme se acercó a él. Priscilla gritaba algo ininteligible y solo conservaba una pequeña parte de la carne del cráneo. Aún vivía y el sufrimiento que debía de sentir parecía mayor que el que le provocaría la enfermedad en su peor fase. Agatha pendía de una pierna de la mano de su madre, totalmente carbonizada y embadurnada en su propia grasa. Edgar se alejó asustado y con el corazón hecho cenizas. Priscilla cayó muerta por fin y el bebé se quebró en cenizas.

Desde aquél día en que Edgar se despidió del único elemento que Pandora no perdió de la caja, la esperanza, se sumió en la tristeza más absoluta y negra. Con el paso del tiempo, Edgar aprendió a ignorar ese sentimiento oscuro y siguió viviendo con normalidad, solo que advirtió que cuando alguien se sentía desdichado, él podía eliminar esa sensación y absorberla para sí. También aprendió que aquella tristeza que absorbía podía ser expulsada, así que tuvo una idea genial: recorrería todo el mundo robando la tristeza de los seres más desamparados. De todos modos, el aristócrata no le dio importancia al por qué poseía ese poder.

Cuando abandonó la posada, acumulando toda la tristeza posible durante años y años, se dijo a sí mismo que aún no había terminado, así que se encaminó al siguiente pueblo. Allí le trataron mucho mejor en el anterior, conscientes de sus buenos actos a pesar de su visión demacrada. El buen trato hizo que Edgar forzara una sonrisa. Pero no se trataba de una sonrisa de felicidad, sino que era un gesto sombrío y retorcido, además de repugnante. El brillo de sus ojos denotaba que ya había cumplido con su objetivo y que ya era el momento de llevar a cabo sus planes. Pero esperó.

Edgar se sentía tan mal que vomitaba la mayoría de comida que injería. Estaba muy satisfecho de su trabajo. Sentía una mezcla de tristeza suicida horrorosa y de felicidad cruel. Se le formaron rojas ojeras y se le hundieron aún más los ojos. Su pelo perdió todo el color y sus huesos se abrían paso a través de la delgada carne.
-Un poco más… -Siseó entre dientes con una voz profunda y frágil.

El agonizante vagabundo llegó por fin a la ciudad más transitada del continente. Utilizó la gran mayoría de sus ingresos para pagar el viaje más rápido posible a sabiendas de que podría morir en el transcurso del camino. Se posicionó en el centro mismo de la ciudad, alzó los brazos y expulsó toda la tristeza acumulada durante tanto tiempo que ni el propio tiempo lo recuerda.

El cielo se ennegreció y las nubes se tornaron violentas, algunos hogares empezaron a arder y a medida que Edgar caminaba, feliz, se iba topando con cadáveres de todas las edades y cuya causa de muerte era más original a cada cuál. Edgar recuperó la sonrisa, las ojeras desaparecieron y su pelo adquirió un tono aún más oscuro que cuando Priscilla vivía. Edgar pudo oír cómo un herrero se golpeaba el cráneo con su martillo y vio a un guarda clavándose con las manos una flecha en el pecho. La desesperación reinaba y Edgar era el rey.

Un muchacho muy joven se resistía a abandonarse al dolor. Se mostraba turbado y permanecía sentado junto al cadáver de lo que debieron de ser una vez sus padres. Edgar se acercó lentamente a él esquivando el cuerpo de un infante decapitado por su madre, que acabó con su vida degollándose con el mismo cuchillo.
-Jovencito, ¿a qué esperas para abandonar el sufrimiento?
El joven no alzó la cabeza. Clavó la mirada en la tierra. –Padre me decía que siempre hay una razón para vivir. La estoy intentando encontrar.
-“Padre” está muerto. –Sonrió. Edgar le tendió el cuchillo de la mujer que estaba a sus pies. –Ve con él.

Edgar el sembrador del caos no quiso volverse a comprobar qué hacía el muchacho porque oyó el dulce sonido de la carne al sangrar. Abandonó la ciudad a paso firme y se asentó en la posada que había en el exterior de la misma. Apartó el cadáver de la cama de la habitación más grande y se tumbó en ella, radiante.

“Aún no te voy a hacer compañía, querida”.

martes, 31 de julio de 2012

Déjate llevar por tu ceniciento corazón (1)

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Freya odiaba que se metieran con su difunto padre. Él se lo dio todo a la pobre muchacha: un lecho en el que dormir, una gran mansión, un plato caliente en la mesa cada uno de los días de su existencia… ¡Y todo ello habiendo muerto su esposa, la madre de Freya, ante sus ojos! Estaba claro que en la ciudad de Voël jamás encontrarían la paz, pero su encanto era atrapante.

Miles de pájaros sobrevolaban la urbe un día tras otro; azulados, cobrizos, rallados y a manchas de colores entre muchas otras características vistosas era de lo que parecían jactarse las aves que le daban vida al lugar. A pesar de la belleza inefable de Voël, adinerados y pobres vivían en comunión. La ciudad no disponía de una estructura que separase las castas de sus habitantes, por lo que los robos estaban a la orden del día, y los asaltos eran tan comunes como la posibilidad de ver extenderse el jardín de algún pudiente sobre la tumba de un don nadie.

Eso mismo ocurría ante los ojos de la pobre niña traumatizada: sobre el lecho de su difunto progenitor yacían enredaderas que rodeaban la lápida impidiendo la legibilidad del nombre que portó con orgullo. Pero los restos que descansaban ahí abajo no eran los de un don nadie, sino los de un hombre honrado cuyas intenciones bondadosas se encargaron de darle un lugar bajo tierra. Freya apartó a patadas las malas hierbas hasta que el grabado ya borroso en la piedra vio la luz del sol.

Lord Banis Greymatter trató de imponer un impuesto que alimentaría a los pobres y que heriría en el orgullo a los más ricos. Al tratarse del hombre con los bolsillos más llenos de la ciudad, y al ser la misma un hervidero de crimen y muerte, Banis ostentaba el cargo de líder de Voël. Ningún otro ciudadano se habría atrevido a ocupar el cargo gubernamental del lugar.

Los vagabundos, tras el acto de misericordia de su señor viajaron a duras penas hasta la mansión dónde habitaban los Greymatter. Los miserables bautizaron al hogar de su benefactor como la mansión pendiente ya que la edificación se construyó en la base de una montaña que se iba ensanchando. Formada por más de cinco pisos, la mansión era realmente extravagante, pero sin duda era una obra maestra arquitectónica. Una vez allí, los mendigos dieron las gracias a Banis, que salió a recibirles como ningún otro señor poderoso habría hecho en su lugar. Además, les entregó un carro repleto de suministros que tuvieron que cargar entre cuatro hombres. Colmados de felicidad dejaron al señor a solas no sin antes advertir que ese lugar jamás había sido objeto de vandalismo, pues Banis se dedicaba a ayudar a los más necesitados; incluso a los más peligrosos.

Y de ese modo murió su mujer, la hermosa Lady Illya Denia. La familia Denia no era ni mucho menos tan rica como la Greymatter, pero fue Banis quien aceptó el amor de la para entonces joven muchacha. Según el padre de Freya, Illya era tan hermosa que le robó el aliento y para cuando quiso aceptar su proposición habían pasado un par de minutos sin que él pudiera darse cuenta. Obviamente, convivieron un tiempo juntos antes de decidir si compartirían su vida para siempre. Hubo riñas, discusiones y peleas graves, pero siempre se solucionaban por inercia.

Nunca una pareja hubo compartido tanto en tan poco tiempo y ambos estaban completamente enamorados. La locura embargaba a los amantes y ése fue el ingrediente con el que se forjó la unión más inquebrantable de Voël.

Freya terminó de limpiar la tumba de su padre para más tarde acercarse a la de Lady Illya. Esta vez no tubo que patear ni apartar los restos de un jardín descuidado que consumía el páramo del cementerio de Voël, sino que se encontraba ante una tumba glorificada, enorme y cuyo cuidado constante la mantenía como el día en que enterraron a su madre. Ese pensamiento le hizo estremecerse. Unas enormes alas blancas de marfil surtían de la espalda de la figura pétrea de Illya, una mujer respetada. Su trágica muerte fue la que desencadenó una oleada de amor hipócrita por parte del pueblo, que otrora la ignoró a pesar de sus viajes a las chozas de los más pobras para entregarles alimentos y cultura: les leía a las familias sencillas los cuentos que ella consideraba necesarios para ensoñar. Y ellos necesitaban vivir de un sueño.

La lápida que sujetaba en alto la angelical Illya no estaba mancillada en absoluto. La decisión de Banis fue, según los habitantes ricos de la ciudad, fruto del trauma psíquico que le causó la muerte de su perfecta esposa. por lo que los viejos cubiertos de oro no difundieron más falsas noticias. No, su padre no era idiota y su madre no fue una pusilánime. Su padre no quiso ayudar a los que menos tenían por un ataque de locura, sino porque era necesario y su madre siempre le apoyó. De hecho, fue Illya la que propuso ese nuevo impuesto a los más ricos, pero nunca se supo. Por ese motivo Illya seguía siendo amada tras su muerte mientras que el pobre Banis yacía olvidado incluso por aquellos a quienes había ayudado. Los viejos egoístas se encargaron de ensuciar el nombre del buen Lord para que jamás nadie siguiera sus pasos y los descendientes de los mendigos jamás creyeron una palabra de Freya sobre cómo su padre ayudó a sus familias en vida.

Freya abrió los ojos como platos y dirigió la mirada ante la Luna llena. Juró venganza sobre aquellos que difamaron el buen nombre de su padre y les impondría la verdad a golpes si era necesario. La pobre muchacha pelirroja y delgaducha solo había vivido 14 primaveras y tres de ellas las había pasado en las calles mugrosas de Voël. Aún recordaba cómo ese hombre, blandiendo un cuchillo oxidado y barato, se lanzó contra su madre sin dudar. No le tembló el pulso, no estaba nervioso, no pedía comida, no exigía oro, no la violó, ni tan solo escupió con rencor al cadáver de la siempre hermosa Illya. Entonces, ¿por qué asesinó a su madre? Illya sabía que algo no encajaba y pensaba descubrir tarde o temprano qué era. Banis no estaba cuando tuvieron lugar los hechos, así que la pobre niña de 6 años se arropó cerca del cuerpo de su madre muerta para evitar morir congelada durante la larga noche invernal. La sangre manaba con violencia de las heridas causadas por el cuchillo del criminal fugado y manchó la cara y las manos de la niña durante largos minutos hasta que el sueño se la llevó. Al día siguiente uno de los comerciantes de Lord Banis encontró el cuadro más grotesco que jamás hubo presenciado: La niña despierta con los ojos bien abiertos y la mirada perdida y el cadáver de Lady Illya recostado contra la fría pared, con los ojos también abiertos. La pobre Freya quiso negar la muerte de su madre, pero ese es el destino de todo ser humano.

Freya escupió lejos de la tumba de su madre y trató de volver rauda con sus compañeros de hurto. Si se daba prisa aún podrían adueñarse de unas cuantas manzanas y un melón para acompañar al pollo que Dak había cazado.

viernes, 13 de julio de 2012

Lyanna, la amiga de las constelaciones

1

Lyanna vive en Leordia, la ciudad de los sueños. Hoy mismo alcanza la categoría de estudiante amateur a sus 12 años recién cumplidos. Tras muchos años de esfuerzo, crecimiento y evolución, Lyanna podrá por fin cumplir su sueño: descubrir el cosmos.

Sale de casa no sin antes dejar los volúmenes que estaba ojeando en sus respectivas estanterías. “Astronomía”, lleva por título su tomo favorito de la colección “Cognitio Supremum”. Cuando Lyanna llega al recinto donde su estimada mamá, profesora con honores, le impartirá una clase magistral, empieza a sentirse mal. No le importa, “no quiero decepcionar a mamá”. Se apea e invade uno de los pupitres envejecidos de la primera fila. Con los ojos como platos y haciendo caso omiso a los nervios traidores absorbe como una esponja el conocimiento que se desprende de la mujer que la trajo al mundo. Aprende antes de terminar la sesión que las tres lunas de Galimatea ejercen una extraña atracción sobre la misma que estabiliza los mares y los vientos. Siempre supo que los astros eran poderosos, pero jamás hubiese imaginado antes de empezar con lo que sería su pasión que podrían serlo tanto. “Son como dioses de piedra y fuego…” Los alumnos le dedican una reverencia a la estricta doctorada y únicamente cuando el alumno más problemático del grupo, obligado por presión paternal a estudiar los cielos, abandona el aula es cuando Kessera, la soñadora, irrumpe a mamá con una de sus estúpidas preguntas. Lyanna pretende ignorarla pero se le antoja imposible así que agudiza bien los oídos.

-¿Es cierta la leyenda de Satiatoxia? –La mirada severa de la madre de Lyanna se convierte en una expresión de ternura. -¿Es verdad que arderemos ante las llamas divinas?
-No, cielo. Deberías saber que las leyendas son solo eso. Nunca creas que todo lo que oyes se relaciona con la más estricta de las realidades, y menos en el ámbito que nosotras tratamos.

La chica dejó tranquila a mamá y la clase terminó. Lyanna se despidió con un gesto de manos y se dirigió de nuevo a su hogar. Mamá volvería más temprano que tarde así que intentaría cocinar algo para ella. Quizá así le atendería con preferencia en las clases. Tras cruzar el umbral de su habitación se tumba en su mullido colchón ornamentado con la blancura más impecable. Prevé por su borrosa percepción del mundo que no podrá preparar nada rico para mamá. En unos segundos cae rendida. Como de costumbre, la muchacha no sueña nada en absoluto. Negrura espesa cubre sus horas de sueño y no hay espacio para la originalidad onírica de una niña preadolescente.

Luz. Fuego. Lyanna empieza a gritar aún en brazos de Hipnos e intenta abrir los ojos. Lo primero y único que ve ante sus pobres globos dubitativos es una llama tan intensa que se extraña de no sufrir ante la visión. Parece ser que alguien ha encendido una lámpara en su pobre tez. Se levanta y busca a tientas el objeto, pero no encuentra nada. Cae al suelo, le sangran las rodillas. Se aferra al pomo de la ventana más cercana y se asoma al exterior. La visión no cambia. Se da cuenta de que la luz no proviene del interior de la casa. Se percata de que fuera todo parece estar sobresaturado de luz. Nota después de intentar razonar qué ocurre algo extraño. Hay un pitido que molesta a Lyanna, pero no proviene de ningún lugar en particular. Suena como una radio mal sintonizada. Es un sonido muy desagradable y cada vez aumenta más su potencia. Lyanna grita pero nadie oye su llanto. Antes de despertar siente una palabra desde lo más profundo de su mente. Satiatoxia. Y nada más.

Se levanta cubierta de repugnante sudor, orines de temor y sangre reseca de una caída aparentemente no acontecida. Incomodada, intenta encontrar a su madre. Ya habrá llegado mamá. Seguro. Abre la puerta de la alcoba de mamá y su inmediata reacción es expulsar la bilis que se ha ganado paso a la fuerza a través de su laringe.

Ante Lyanna yace el cadáver carbonizado de lo que se supone que es mamá. Carece de ropajes y es irreconocible, pero la altura es la de mamá y ese rostro deformado… Hay una sonrisa forzada en la cara de mamá. Alguien ha prendido fuego a mamá. Alguien ha rasgado el cráneo de mamá. Alguien ha cincelado una sonrisa perturbadora en la cara sin piel de la muerta mamá. Lyanna huye corriendo de la habitación de su madre. Sale de su casa y se dirige al hospital más cercano. Una vana esperanza.

Cuando Lyanna se detiene a recuperar el aliento gana el tiempo suficiente como para pensar en lo acontecido. Eso destruye una parte de su cerebro. Se desmaya.

Se levanta de la cama en la que no cayó dormida e intenta luchar consciente de lo que seguirá. Aparece de nueva esa luz que todo lo impregna. Es Satiatoxia, la estrella asesina. La leyenda que se cuenta es absurda. Una estrella no puede acercarse a nada sin consumirlo, pero ahí está, ante ella. Y esta vez los fuegos del dolor forman rostros demacrados, las llamas ondulantes crean sonrisas deformes y el sonido en el interior de Lyanna ya no es una radio estropeada. Ahora escucha el llanto de seres humanos antes de su brutal asesinato. Pero con mucha intensidad, mucha potencia… Empiezan a sangrarle los oídos. La visión se le entela como a los más ancianos. Piensa en la frase popular y pretende usar fuego para combatir el fuego, así que agarra una antorcha que flota en el aire y golpea sin cesar la superficie de una estrella. Es ridículo, está golpeando un astro treinta veces mayor a Leordia. Ondea la antorcha y vuelve a ondearla. Su campo de visión pierde a Satiatoxia. Leordia otea el horizonte y no hay ni rastro de la estrella maldita. ¿Qué clase de ente divino se molestaría en hacer algo así? El ruido también cesa y lanza triunfal la antorcha al suelo. Cae agotada.

-Sí, su hija vivirá, pero ha perdido la capacidad de ver y oír. Por desgracia se ha convertido en invidente y teniente.
-Lyanna…

Mamá la observaba ahogándose en lágrimas de dolor, pero ella creía que estaba durmiendo. No veía ni oía nada. Había vencido a la estrella maligna y presumiría de ello ante Kessera. Podrían ser amigas ahora que creía en sus mitos no tan estúpidos. Iría a preguntarle más sobre el tema en cuanto despertara. Qué curioso que pudiera pensar tan racionalmente en un sueño. Recordaba la muerte de mamá, pero eso solo la haría más fuerte. Seguro.

-Oiga.
-¿Sí, doctora?
-¿No cree que hay demasiada luz? ¿Y qué es ese ruido repugnante?
-¿Qué rui…?

Luz. Fuego. Llamas. Dolor. 

jueves, 3 de mayo de 2012

Solo una vez más antes de dormir

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Ha llegado a mis oídos que has viajado hasta el Infierno para pedirle algo al ser más inmundo de la existencia. No me interesan tus pretensiones para con él, pero quiero, necesito verte. Vislumbrar tu tez una vez más antes de que los párpados ganen la batalla de Morfeo es mi destino. Cuando te tengo delante es como si las mariposas que habitan en mi estómago sufrieran una metamorfosis y se convirtieran en una suerte de depredadores. Siento que es prioritario llegar a ti o los latidos de mi corazón no se compasarán nunca más. No albergo sentimientos simples, no deseo besarte y poder alardear de haber llegado a la cima de tu monte, no. Lo que yo quiero es algo mucho más profundo y para hacerlo te dejaré espacio en tus momentos íntimos pero cuando el peligro asome sus garras apareceré para poder estar a tu lado una vez más. No me malinterpretes, no pretendo protegerte, únicamente basaré mis excusas para aparecer en que necesitabas ayuda. Y, además, aprovecharé para eliminar toda amenaza. Si pierdo la vida en el proceso podré dormir en paz por toda la eternidad.

Cojo mis cosas y parto en busca de las llamas abrasadoras de la morada de la bestia. Dicen que únicamente tienen permitida la entrada al Infierno aquellos que poseen un corazón oscuro; todos los humanos podemos acceder sin problemas, pero no es una estancia agradable. Caronte el barquero me pide una moneda para cruzar el río Estigio. Se la entrego y aparezco en la otra orilla del flujo del averno. Antes de dejar su embarcación me advierte:

-A cada paso que un humano de en el Infierno, una virtud cardinal le será arrebatada. Cuando ya no resida en él virtud mayor, se le extraviará una menor a cada minuto.


Entiendo que Caronte no es un ser malvado. Me advierte no por atemorizarme. Doy el primer paso lejos del barquero y noto como desaparece mi honor, mi honradez, mi optimismo... No me importa, te veré aunque sea lo último que haga. Mis seres queridos estarán leyendo la nota que les dejé y lo entenderán todo. Una vez excusado, no tengo nada que hacer en el mundo de los vivos. 


Es una sensación muy desagradable. Perder todo aquello que te configura y que has construido en una vida en tan solo unos minutos es desesperante. Los habitantes de los círculos infernales me ceden el paso, es curioso. Mientras inmortalizo mi voz en la grabadora, algunos miran con entusiasmo el aparato para ellos arcaico. Necesitaré pruebas si salgo de aquí. No quiero que parezca un suicidio. No lo es.

Me empiezo a marear. Estoy perdiendo la capacidad verbal. Siento ira, desesperación y dolor. El amor ha intentado huir pero es lo que me ha llevado hasta aquí y no le dejaré escapar.

Veo en el árido pasaje del octavo círculo un velo que te pertenece. ¿Eres más fuerte que yo y solo has perdido una prenda de ropa en el camino? Me define el victimismo y el hundimiento pero jamás pensé que eso pudiera debilitar tanto al espíritu humano.

Necesito... Verte... Debo salir de aquí... Muere, zorra... ¿Madre?... ¡Buenos días, sátiro!... ¿Qué debe sentirse al bañarse en oro en fundición? Mi mente intenta asesinar lo poco que queda de mi cordura.

Un grito atroz resuena... No, no resuena por ningún lugar. Mi grito queda ahogado por los gemidos de placer y sufrimiento de los pecadores que me miran con desidia.

Un... Poco... Más... Conservo el habla pero soy un monstruo... Solo tú eres la razón del poco control que tengo sobre mi cuerpo y mente.

¡Te veo!, ¡TE VEO! Le estás pidiendo algo al señor del inframundo. No me interesa qué. Solo le pido a Dios que envíe un ángel para rescatar a la mujer que tengo ante mis ojos. No la dejes aquí, señor... ¡Nos veremos en breve y podré agradecértelo con servidumbre eterna!

Solo resta un camino recto. Tú y Lucifer ante ti.Estoy empezando a perder el control... Por fin oigo tu deseo:

-Señor de las profundidades, amo del dolor y las llamas, estoy aquí para implorar un último deseo. Necesito que liberes de las cadenas del amor al hombre que ha caigo preso de mi alma.No deseo verle sufrir más. Es terrible. He vivido el amor no correspondido y no deseo que nadie pase por ese estado por mí. Es un muy buen hombre, no merece volcar su pasión sobre mi.


 -Así se hará, ama de la belleza y la tristeza. Entrégame ahora tu alma y el deseo será concedido.


¿QUÉ?

¡NO!

¡Fin del registro! ¡Adiós!

Grabación hallado en el noveno círculo del averno. Recuperado y transcrita por el ángel Helian.


Informe del ángel Helian para su señor


Al parecer, un ser humano de poca voluntad se adentró en las profundidades del Infierno para encontrarse con la mujer a la que amaba. Solo quería verla una vez más. Al mismo tiempo, ella descendió hasta Lucifer para pedirle la liberación amorosa del primer humano. Las pruebas están en la grabación que hallamos junto a un cadáver calcinado irreconocible. Como se nos demandó, bajamos en busca de la mujer a cambio del alma del humano moribundo, pero nos topamos con un sorprendido Lucifer. Nos confesó que la muchacha hizo las veces de escudo humano para proteger al primero del ataque candente del demonio, al verse atacado. Por esta misma razón quedan vestigios del cuerpo del hombre, pero solo podríamos encontrar polvo que en un pasado conformaba el cuerpo de la muchacha. No soy nadie para juzgar, señor, pero considero que si el hombre no hubiese entrado en el averno, nada de esto hubiera ocurrido.

viernes, 27 de abril de 2012

Incursor del cadáver

0
[Continuación de Esclavo de su alma]

Me cansé de esperar sufriendo en silencio. El dolor y el hastío me estaban destrozando por dentro y la compasión de los ciudadanos de la ciudad de paso no ayudaba en absoluto. A pesar de ser joven y no estar lo suficientemente fornido para partir en singular viaje, agarré un macuto y coloqué en él todo lo imprescindible; desde los ropajes más básicos hasta pequeñas piezas de comida como fruta y cereales. Cuando me coloco en la espalda la bolsa improvisada que he cosido para colocar las pocas monedas de oro que me quedan tras la estación comercial me derrumbo. Es solo la primera vez que lloro hoy. Suelo hacerlo varias veces antes de conciliar el sueño, y todo por tu culpa... Siento un tirón especialmente doloroso en la herida que me causó un lobo durante una campaña de caza de depredadores hace unos años. No podré volver a ser rival para ningún guerrero medianamente hábil por culpa de un brazo completamente magullado. Me siento en una pequeña butaca que yace solitaria en el salón de mi pequeña morada. Las habitaciones están vacías y el cartel de la puerta reza: "cerrado". Siento como el peso del mundo cae sobre mi pobre alma enamorada. Los párpados cada vez pesan más, la cobardía se acrecienta y la pasión se va apagando poco a poco. Pierdo la consciencia... Por hoy ha sido... Suficiente.

Un rojo tenue quema mis ojos aletargados. Cuando abro las puertas de mi visión, una luz extremadamente brillante ilumina mi cara cegándome al instante. ¿Eres tú? Tú brillabas como el sol, tú... No, solo es la estrella que da candor a nuestro mundo. Qué decepción.
Me levanto del sillón y recojo mis cosas, no sin antes despedirme de la casa de mis padres. Puede que no vuelva, querido hogar. Padre siempre dijo que la vida no se basa en una estabilidad aburrida. Me reveló que para ser feliz hay que incurrir a veces a la locura. Hoy voy a nadar plenamente en ella. Cuando abro la puerta no miro atrás. La cierro con llave sin mirar la cerradura. De nuevo adiós, hogar.

Me planto en la intersección del camino. Detrás de mí se encuentra la senda que lleva a la enorme ciudad de Kilen, pero mi interés recae en el cartel frente a mí: Al sureste, Uos. Al suroeste, los bosques de Crusiamenta, ciudad de lo inesperado. No voy a mentir, sentí un miedo terrible en el momento en que por mi cabeza se pasó la idea de ir a un campo de batalla repleto de cadáveres y sangre virgen.
Al dar el primer paso orientado hacia el suroeste, los comerciantes de la pequeña ciudad se acercan a mí. No quieren que me marche, pero no me van a retener. Al menos eso es lo que dicen. Un hombre corpulento se acerca a mí y me entrega una daga muy afilada. Dice que durante la guerra muchos bandidos se hacen pasar por soldados e inclusivo los mercenarios heridos atacan a los mercaderes itinerantes. No conozco el nombre del caballero, pero sé quién es. Lo mismo sucede con el anciano canoso y delgado que me lanza un pergamino anudado con cuidado con un rojo cordel sedoso. Cuando fijo la mirada en el regalo comprendo que se trata de un mapa. Exclamo totalmente desesperado e intento devolverle el tesoro, pero su hijo me empuja y me aleja de él. Me dice que es la voluntad de su anciano padre y que más me vale encontrar lo que busco. La amabilidad de mis amigos casi conocidos me hace derramar más lágrimas, pero un joven me advierte que no llore en vano si no quiero que unas terribles consecuencias caigan sobre mi persona. Es el único individuo que no conozco, pero no le doy importancia al tema. Les agradezco todo el apoyo a gritos y parto entusiasmado. Por cierto, en este país, un mapa se considera un objeto artístico completamente excepcional. Cuestan su peso en oro y conozco a varias personas que matarían por solo un pedazo de los mismos. Dejaré que la rosa de los vientos guíe mi camino, pero conservaré lejos de miradas curiosas este pedazo de mundo.

Annora... Tú me diste la vida para luego arrebatármela y yo enterraré tu cadáver para más tarde descubrir quién eras. Buscaré tu cuerpo frío y sin vida entre los muertos y los desmembrados. Te daré sepultura para que vuelvas con la madre Gaia. Cantaré la historia de un amor efímero y absurdo. Este humilde comerciante volverá a alzar la espada si es necesario. Aunque de perder un brazo dependa, llegaré a ti, sabré más de tu vida, conoceré mundo y... Cuando todo haya terminado, acabaré tu trabajo conmigo.

martes, 10 de abril de 2012

Besé a la locura más cuerda y me rechazó

1

La locura se pierde en el ecuador de tu sonrisa,
mis ojos te divisan a pesar de que mi cuerpo me retiene.

Épica es la guerra que se libra en mi interior:
El campo de batalla repleto de cadáveres;
versos, besos, abrazos  y caricias trémulos
y se alza victoriosa la distancia y el temer.

Por amar soy yo tu confidente demente
aunque desde mi lente sólo quieras demacrar.
No eres un ente ni yo soy real,
quisiera en ti nadar, pero me da miedo el mar.

El puñal del mal que empuñas
corta mi alma y la hace tuya.
Aunque cuando siento de verdad,
de verdad siento que nunca te fue ajena.

Si la vida es sueño, soñemos los dos,
dejemos atrás el mundo real y volemos;
aniquilar la percepción física anhelo
pero desaparecerías y bien te deseo
y bien me deseas a mí;
no te conozco pero sí y,
si exiges mi esencia,
viviré en ti.

El sol se pone y es injusto, llueve sobre mi busto
pero jamás le confesé al cielo ser su hermano,
aún así deja caer su llanto sobre de dolor mi manto,
raído por la desolación del Dios en el que no creo.

Me levanto, pero no creo que haya servido de algo.
Recuerdo el sonido de tus pasos: teclas de piano.
Y con el fetiche musical parto con vacío macuto;
ni alegría ni tristeza, sólo indiferencia y aspereza.

A cada gota caída se quiebra el mundo de un charco.
La destrucción no comparto, intento detener la lluvia,
mas claro está que me vence y me confunde:
Se precipitan mis lágrimas y llora el horizonte.

Y si en verso complejo escribo una vez más,
por obra de Satanás sentirás el dulce beso
de la prosa porfiria, puntiaguda cual rosa
que se origina por anhelar tu amarga ambrosía.

Ahora espero que tus ojos se claven en mi
presionando afilado elixir formando una cruz.
Y en mi iris verás la marca del vivir: 
y si esperas tres días en ellos se leerá: Tú.

viernes, 30 de marzo de 2012

Esclavo de su alma

2
Ha pasado ya más de una semana desde que esa maldita muchacha me confesó sus pretensiones más oscuras, sus designios más macabros. Cuento las horas que me he pasado encerrado en mi habitación, aislado, desde el momento en que sus carnosos labios se movieron hacia arriba y abajo para proferir los sonidos que acabarían conmigo; no es divertido. Cuando las cuerdas vocales vibraron para destilar las palabras que quebraron mi mente, el cuerpo de vuestro humilde narrador quedó completamente paralizado. Un sudor frío recorrió el cuello. El líquido frío resbaló desde las protuberancias que forman las vértebras hasta la zona donde la columna se esconde hacia dentro. Entiendo su temor.

Seguramente hayáis vivido una situación parecida, a pesar de que la locura se hace cada vez más evidente conforme los segundos se extinguen. Todos hemos sufrido este hechizo, esta maldición que nos obliga a suplicar al viento que traiga los retazos de los susurros del artífice en cuestión.

No esperaba esa construcción de palabras en particular. La fórmula es eficiente si eres un ser cruel y despiadado, pero jamás esta idea se posaría en la mente del bondadoso o del altruista.

Veréis, soy un comerciante enclavado en una pequeña ciudad de paso entre la gran capital de Kilen y el campo de batalla actual: los bosques de Crusiamenta, antaño hogar de artesanos y de artistas itinerantes que iban renovando sus hogares. Estas viviendas eran ocupadas posteriormente por otros individuos de la misma categoría. Siempre viva, Crusiamenta (o la ciudad de lo inesperado) era una concurrida aldea debido a sus inquilinos, pero jamás se dejó de respirar un ambiente de sana tranquilidad mezclada con la dulzura de la bohemia. Hasta ahora.

No me preguntéis por las razones de esta batalla... Soy un ignorante que solo desea pervivir con lo que tiene. Vendo hogazas crujientes y recién hechas, ofrezco ropajes a un buen precio y suelo alquilar una habitación en mi humilde morada por unas pocas monedas de cobre. Soy un hombre humilde y por eso mi nombre no tiene ningún interés.

Ella llegó desde el sur, desde Flagia. Cuando una joven hermosa, con una larga cabellera de azabache y unos ojos grandes y cuyo iris reflejaba la luz más hermosa se presentó ante mi parada. Olvidaba decir que sus ojos eran amarillos como el sol durante el amanecer. En ellos se formaban mariposas que jugaban a superponerse. Su piel era tersa y endurecida por el fragor de la batalla. ¿No he dicho que era una guerrera? Ni demasiado morena ni pálida, era deliciosamente bella. Bajo su armadura ligera se divisaban unos abdominales trabajados y unos brazos y piernas tensos. Parecía ágil, pero no quise comprobarlo. Como aún tengo no más de 27 años, pensé que no era pecado fijarme en ella. Pero la guerrera también era una maga peligrosa.

Annora era su nombre y presentó ante mi un saquito repleto de monedas de plata. Se quedaría unos cuantos días en mi morada pues había llegado demasiado presta al punto de encuentro y sus camaradas llegarían cuatro días más tarde.

Era dura como el acero de su espada, pero sensible como las lágrimas de rosada en el filo de los pétalos de las flores al empezar un nuevo día.
Le conté que una herida grave provocada por un lobo salvaje me impedía manejar un arma sin sentir un dolor insoportable. Ella me relató su carrera profesional. Había asesinado a todo tipo de seres. Debería haber sentido repulsión, pero si esa información es cantada con esa melosa melodía dudo mucho que nadie pueda resistirse.

No voy a contaros qué ocurrió exactamente durante esos días, ya que transcurrieron con total normalidad. Y esa normalidad, esa comodidad a su lado... Fueron el principio del fin.

Cuando llegaron sus fornidos compañeros se acercó a mi y me susurró algo inaudible para el resto.

Me dijo: "Te amo". 

Dicen que la batalla de Crusiamente ya ha llegado a su fin. Se rumorea que ha sido el conflicto más sangriento de la era. Se conoce que murieron más de dos millones de personas, entre ellas críos y madres y padres.

No la he vuelto a ver desde entonces.

El rasgueo de la pluma batallando contra el papel cesó. El infeliz abrió las ventanas de su hogar tras haber dejado constancia de sus penurias. Se disponía a visitar el mundo de los sueños.
En la solitaria Kilen únicamente se oía el rumor del viento, las carretas de los comerciantes itinerantes y los sollozos de un hombre destrozado.

martes, 20 de marzo de 2012

Derrame

0
El tintero del joven escritor cae precipitadamente tras recibir un golpe inconsciente. Intenta agarrarlo antes de que llegue a su fatal destino, pero no lo consigue y, ante sus ojos, el tintero estalla en varios fragmentos cristalinos acompasados por un río de tinta. La tinta salpica al joven, que intenta, entre maldiciones, librarse de ella. No es una mancha convencional, la tinta le arde en la piel y le deja paulatinamente una marca muy curiosa. Un tatuaje de dolor y sufrimiento; una cicatriz de empatía y de egoísmo.

Se desconoce si el escritor conseguirá escribir sin el tintero.

lunes, 19 de marzo de 2012

Charla con la muerte

2
Esta historia jamás debería salir de mis labios, pero mi vida llegará a su fin en un período efímero de tiempo. Tras una existencia de estudio y de tormentosas relaciones por fin alcancé mi objetivo: Hablar con la muerte.

Tras realizar el secreto ritual que permite vislumbrar físicamente al ente que nos lleva ante la justicia divina mi sangre se congeló. El ambiente era frío y el viento estaba muerto como el corazón de un cadáver. No palpitaba, no se movía, no me rozaba…

Podría describirte cómo era, pero no le haría justicia. Rodeada de un halo de oscuridad densa, una faz ennegrecida me miraba, altiva y sonriente. Su dentadura era completamente blanca. Era un ser hermoso y no una calavera andante.

¿Por qué me has llamado?, me preguntó. Sus ojos eternos e inalcanzables mostraban el infinito. Eran inefables, lo siento. Sólo quiero hablar contigo, tranquilamente. La sonrisa de la muerte se hizo más amplia y me indicó con un ademán que me sentara. Posé mi cuerpo en el suelo, pero “él” no se movió.

Adelante… La parca me dio la oportunidad de charlar amistosamente con ella, así que no perdí el tiempo. No le hablé de lo que todo el mundo desea conocer. No le pregunté si morir es doloroso. No le exigí que me contara qué hay tras su visita. No.

¿Qué se siente al ser tú?

Ello se mostró sorprendido. No llevaba ninguna guadaña en sus manos así que las juntó para mostrarse pensativo. Es la pregunta más extraña que me han hecho. ¿Qué se siente? Un sufrimiento que tú jamás podrás entender. Una indiferencia por lo vivo que no podrás sentir. Tengo el deber eterno de seguir los designios del universo. No diré qué hago ni cómo lo hago, ni con qué seres trato. Tampoco te aclararé qué ocurre después ni qué está por encima de mi.

Le interrumpí. Eres menos interesante de lo que pensaba. ¿Realmente crees que el ser humano no puede sentir un dolor mayor al tuyo? Eres un ser insensible. Cuando te llevas a alguien sea por lo que sea causas un dolor insufrible a las personas que amaban a ese ser. Cuando el amor termina alcanzamos un tipo de muerte que tú no conoces. Morimos por dentro y derramamos lágrimas de sangre que no brotan de nuestros ojos. Cuando nos sentimos traicionamos sentimos momentáneamente que estamos solos en el mundo. Cuando una amistad se pierde creemos que somos lo peor que ha existido jamás. Cuando causamos una mala impresión a otro individuo pensamos durante días qué hemos podido hacer mal. Eres un ser patético que no siente dolor y que aún así se lamenta de ello.

La hermosa figura de la parca crispó la mirada y apretó los dientes. Me cogió del cuello con una sola mano y tras un grito airado y terrible me lanzó contra el suelo sin parar de proferir desgarradores chillidos. Su oscuridad empezó a colarse a través de los poros de mi piel y desapareció.

Sí, he conseguido que la propia muerte se lleve mi alma por despecho.
Adiós.

jueves, 15 de marzo de 2012

Venus Inmortalis

3
Lo único que mis ojos han divisado
evitando concebir el antiguo pecado,
es el líquido que destilas de tristeza,
por haber yo conseguido la proeza:
Arrancar los vestigios de tu alma
sin darte ocasión de blandir el arma.
Una terrible sed me embarga
no sé si le debo esto al diablo,
pero al ver asomar una lágrima
quiero hacerte sólo mía.
Esgrimo el dedo corazón
con el fin más perverso:
Probar el néctar delicioso
ante tu borrosa visión
Mil gotas dulces descienden,
y sin poder rumiar en otra cosa
pruebo tu derrotada lacrimosa;
pero tus ojos de fuego prenden.
Siento miedo ante la bestia:
La mujer conoce su lugar,
mis intentos la hastían
pues su llanto sin pesar fingía.
Intento huir despavorido,
pero sin recurrir a la ira
ella mi destino dictaría.
Me rindo ante su influjo;
he caído ante su embrujo.
La superioridad me abruma.
¡Imposible que sea tan dura!
Únicamente me arrepiento
De no haberle jurado respeto.
Yo era déspota;
ella es eterna:
Arte infinito;
yo maldito.
Ella brilla;
yo sin vida.
Efímero,
muero. 

miércoles, 14 de marzo de 2012

Lirignis y Novlio

1
El amor puede nacer en cualquier circunstancia: desde en medio de la guerra hasta en la paz más profunda y veraz. Lo que el ser humano debe tener presente que si hay un sinónimo de locura ése es sin duda alguna el amor.

A los pies tenía a la humanidad; el universo en su inmensidad pertenecía al hombre que, como Tristán, Tirant lo blanch o Paris de Troya, decidió sacrificar todo lo que jamás podría ser suyo para avivar las llamas de la pasión.

Los supersticiosos sacerdotes de Acredis creían que había un modo de detener el fin de todo lo conocido hasta ese momento. Un cometa del tamaño de la luna se cernía sobre las proximidades de Bialia, el planeta actualmente conocido como la Tierra. Curiosamente, los métodos de astronomía de la época no eran tan prehistóricos como se podría deducir a pesar de que desconocían, como todos, los orígenes de la vida; esto les permitió divisar un ente luminoso de apariencia hostil y de trayectoria preocupante.

Según los sacerdotes, el único modo de detener a tan imponente monstruo galáctico se derivaba del sacrificio de una de las doncellas nacidas durante una jornada concreta, bajo la luz de la media luna, en un continente concreto, y cerca del mar. Los datos son confusos ya que fueron destruidos en el posterior incidente, pero en ellos se observa implícitamente que estas doncellas eran propensas a morir jóvenes pues el mundo las había dotado de una salud frágil a pesar de haberles confiado parte de su energía.

En Acredis, el poder regente se dividía en el ámbito religioso y el ámbito ejecutivo: el rey de los sacerdotes era el Heródita y el de los ciudadanos era el Teólimos. El Heródita Yugos decidió partir con la compañía de más de dos tercios de sus tropas con el fin de encontrar a la doncella que salvaría al mundo. Su ejército era inefablemente enorme, a pesar de que suene paradojal. Los sacros militares hacían retumbar la tierra allí dónde desfilaban. Yugos sentía cierta ansiedad y presura, pues el Teólimos, Novlio, había descubierto durante uno de sus abundantes estudios que encontrar a una de estas doncellas podría llevar años. Para cuando se encontraba a una de ellas, sólo hallaban huesos y polvo. Sus recelos le habían llevado a una obsesiva búsqueda que había dado sus frutos: la única familia conocida que había tenido una descendencia de esas características vivía en Ignia, una villa relativamente lejana de Acredis.

A pesar de ser todo un sabio, Novlio era joven. Se había visto obligado a devorar todos los ensayos de la enorme biblioteca del palacio real tras la muerte de su padre. Debía defender el trono con aplomo si quería conservar el puesto. Y le apasionaba ser justo e intentar hacer que todo el pueblo fuera feliz; pero era imposible y él lo sabía.

Cuando Yugos llegó a la corte de Novlio, el Heródita le inquirió el proceso del ritual.
-Mi estimado Yugos, déjeme antes examinar a nuestra pobre doncella. El ritual es penoso y desafortunado, así como extenso y tortuoso. No vamos a sacrificar a alguien en balde.
-Usted y yo tenemos el mismo poder. ¿Osa desacreditarme? ¡Esta es la joven que debe morir por nosotros!
-Esta es la joven que podría deber morir por usted, quiere decir. Tenemos el mismo poder, sí, pero eso sólo significa que ambos debemos estar de acuerdo.
Entre dientes, el viejo Yugos profesó algunos insultos que Novlio oyó y pasó por alto.
-¡Aquí la tienes! –La lanzó contra el suelo de la cámara de audiencias y dejó al rey a solas con su víctima.

-¿Cómo te llamas, joven?
La doncella alzó la mirada hacia el rey. –Mi nombre es Lirignis, señor… -Titubeó.

Hasta ese preciso instante, Novlio no se había fijado en las facciones de la mujer. Tampoco habría prestado atención a cualquier movimiento interno de sus órganos en un caso normal. Pero esa vez no se trataba de un caso normal.

Los marrones ojos de la doncella se clavaron en las pupilas verdes de nuestro joven rey. El romance entre el iris de cada uno de los dos individuos dio lugar al nacimiento de las lágrimas más dulces que jamás destilaron las lacrimosas del joven. El tiempo se detuvo para ambos. La respiración dejó de ser entrecortada pues simplemente el oxígeno no tenía lugar entre los dos ya amantes sin conocimiento. El vello se erizó, la piel se tensó, los labios se humedecieron, las manos se entrelazaron, los nudillos chocaron, los torsos permanecieron separados pero la mirada no cesó. Jamás. La historia dice que tras ese instante ocurrieron muchas otras calamidades, que el mundo quedó reducido a cenizas y que la humanidad nunca volvió a ser la misma. A pesar de todo lo escrito, los dos desconocedores del arte del amor jamás cesaron de intercambiar hermosas alegorías del color del mar y del color de la tierra.

Novlio carraspeó y la instó a ponerse de pie. Ella hizo lo propio y ambos se dirigieron a la alcoba real. El rey miraba por la ventana, sin interés.
-¿Lo has sentido?
-Sí. –Dijo con aplomo la doncella que ahora no parecía tan inocente.
-Vivamos. Vivamos el tiempo que le quede a la Tierra. Los últimos instantes del mundo serán el réquiem de nuestro universo.
-La ira del cielo se cernirá sobre nuestras almas, pero nuestra esencia permanecerá en éste mundo para siempre.
Ambos se miraron de nuevo. Todo lo que habían dicho había surgido de modo espontáneo pero se notaba un cierto aire de seguridad que implicaba un conocimiento previo. Algo les impulsó a pronunciar las palabras más hermosas jamás escritas. Nadie las conoce.
El rey rió. -¡Larguémonos de aquí antes de que el idiota del Heródita vuelva!
-Pero… ¿No amas a tu pueblo? Todos morirán.
-Ellos viajarán al más allá. Tú y yo sufriremos nuestro castigo y ellos podrán abandonar éste mundo de hipocresía y de burocracia injusta.

Al alba abandonaron el castillo vestidos con indumentarias de comerciantes. El rey se afeitó la serena barba y la doncella se cortó la hermosa melena dorada.

Nunca más se les volvió a ver y, por ende, la humanidad se dirigía hacia su inevitable exterminio.
Apostados en el filo de un abismo estaban los amantes. La silueta de la pareja se alargaba gracias a las sombras proyectadas por la potente luz ígnea de un titánico cometa que estaba a punto de visitar Bialia. Los dos jóvenes temblaban. Sentían cierto temor por lo que les depararía tras la muerte. ¿Sería doloroso perecer?
-No tengas miedo, Lirignis, tus ojos destilan una luz mucho más poderosa que la del cometa que nos dará las buenas noches eternas. ¿No es hermoso? Podré morir al lado de la mujer más hermosa de la creación.
-Y yo podré desaparecer junto al rey más poderoso del planeta. Has sido mío durante unos instantes indescriptibles.
Novlio exhaló su última carcajada. –Y lo seguiré siendo después de que la parca me reclame.
Sus rostros se acercaron y bloquearon la imagen del cometa con la fusión de sus labios. Segundos más tarde no quedaba ni rastro de lo que una vez fue una gran civilización y el cielo había perdido la belleza otorgada por la luz del cometa.


La humanidad se merecía, a mi parecer, la destrucción. ¿Cómo sé todo esto? Dicen que los sentimientos que corrían por sus venas eran tan poderosos que tras su muerte alcanzaron forma física. Ya ha pasado mucho tiempo desde entonces y ya me siento viejo…

jueves, 12 de enero de 2012

Juegos etéreos

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Greg Finnis consideraba que el mundo era aburrido. Un adolescente poseedor de la mente más prodigiosa de la ciudad no podría tener una filosofía común: Se apresuraba en salir de las clases especiales que recibía en el instituto y que le aburrían hasta la médula para simplemente encerrarse en su casa, un edificio humilde pero bien soleado, con un jardín hermoso delante de su fachada y en una calle muy transitada. Nadie sabía que hacía exactamente para divertirse este joven, pero su mal estado era directamente proporcional al tiempo que pasaba aislado en su hogar. Los progenitores de Finnis se pasaban el día trabajando y no volvían a casa hasta llegada la madrugada, por lo que encontraban a Greg plácidamente dormido. Dieron por hecho que esas ojeras eran producto del exceso de ocio virtual. Su único amigo real, un aficionado a los videojuegos que tampoco pasaba demasiado tiempo fuera de casa se extrañó porque Greg dejó de conectarse para jugar con él. Cada día que Finnis asistía a clase (a veces se las saltaba), su amigo le veía en franca decadencia, por lo que quiso interrogarle y sonsacarle la verdad y la razón de su desaparición diaria o incluso semanal. 

Cuando llegó a la calle de Greg, el adolescente detuvo sus pasos delante de la casa del mismo. Las ventanas estaban cerradas y las persianas bajadas. Ni un ápice de luz podría llegar a tocar la piel del muchacho. Al llamar a la puerta nadie respondió. Tras 5 minutos de insistir, apareció el joven con una mirada sombría que parecía querer destruir lo que se interpusiera entre el camino de su percepción y su cerebro. Sonrió:
-Hombre, tío. ¿Cómo tú por aquí? -La sonrisa forzada y sombría no desaparecía de su boca.
-Estoy preocupado por ti. ¿Qué es eso de abandonar los estudios? Mírate... ¿Te estás drogando? En serio...
Greg Finnis abandonó su retorcida sonrisa y le indicó a su compañero que entrara en su casa.
-¿Te gusta sentirse solo de vez en cuando?
-Claro... Todos necesitamos tiempo para nuestra intimi... -Greg le interrumpió.
-Sígueme.
Los dos adolescentes llegaron a la habitación del enfermizo muchacho. Las luz tenía vetada la entrada. No se veía nada y Greg ya se había separado de su preocupado colega.
-¿Echamos una partidas a algo? ¡Saca el juego de tiros y nos repartimos a hostia con los guiris!
Sólo suspiros contestaron su llamada.
-He vendido la consola para poder adquirir algo... Especial.
El chico aburrido arqueó una ceja.
-Para porros y mierda de esa, ¿no?
Una sonora y siniestra carcajada llenó el ambiente.
-Siéntate a mi lado y concéntrate. No uso drogas para esto, sólo el poder de mi mente.
-Probemos... ¡Pero luego te vienes a mi casa a echar unas partidas!
El preocupado compañero de Greg apareció en su casa por la madrugada. Ninguno de los dos recordó jamás que ocurrió, pero conocían las sensaciones que se extraían de ello y eran agradables.

Ninguno de los dos apareció en clase al día siguiente, pero el novicio estaba completamente satisfecho de la experiencia. Cuando volvieron a sus estudios nadie les reconoció. La piel pálida que lucían era casi transparente y sus ojos se salían de las órbitas. Parecía que usaban el grotesco maquillaje de un grupo de metal satánico.

Greg esgrimió su peculiar sonrisa.
-¿Te gustó?
-Creo que la vida de nuestros compañeros está sobrevalorada.
-Haremos algo al respecto. Me alegro de tenerte de vuelta.
-Gracias a ti. Me gustó. Me gustó muchísimo. Éxtasis. -Tartamudeaba y le daban espasmos.
-Tranquilo. Un par de semanas más y formarás parte de ello. De hecho, yo, nosotros, no somos Greg.

Unos meses después y antes del término de las clases diarias, aparecieron asesinados todos los estudiantes del centro. Los jóvenes presentaban cortes profundos y amplios. La carne desgarrada y los órganos inundaban los pasillos del instituto a causa de algunos desafortunados escapistas. Los cristales de las puertas y las ventanas estaban teñidos de un carmesí apagado y en el gimnasio, el aula más grande del lugar, habían dos cabezas empaladas grotescamente en los conos usados en las clases de educación física. Los cadáveres estaban irreconocibles, justo detrás del potro. Los ojos desorbitados de ambas cabezas ya no verían nunca más la luz y su blanca tez ya no existiría más. Desde ese momento y hasta la eternidad formarían parte de un ser etéreo.