viernes, 27 de abril de 2012

Incursor del cadáver

0
[Continuación de Esclavo de su alma]

Me cansé de esperar sufriendo en silencio. El dolor y el hastío me estaban destrozando por dentro y la compasión de los ciudadanos de la ciudad de paso no ayudaba en absoluto. A pesar de ser joven y no estar lo suficientemente fornido para partir en singular viaje, agarré un macuto y coloqué en él todo lo imprescindible; desde los ropajes más básicos hasta pequeñas piezas de comida como fruta y cereales. Cuando me coloco en la espalda la bolsa improvisada que he cosido para colocar las pocas monedas de oro que me quedan tras la estación comercial me derrumbo. Es solo la primera vez que lloro hoy. Suelo hacerlo varias veces antes de conciliar el sueño, y todo por tu culpa... Siento un tirón especialmente doloroso en la herida que me causó un lobo durante una campaña de caza de depredadores hace unos años. No podré volver a ser rival para ningún guerrero medianamente hábil por culpa de un brazo completamente magullado. Me siento en una pequeña butaca que yace solitaria en el salón de mi pequeña morada. Las habitaciones están vacías y el cartel de la puerta reza: "cerrado". Siento como el peso del mundo cae sobre mi pobre alma enamorada. Los párpados cada vez pesan más, la cobardía se acrecienta y la pasión se va apagando poco a poco. Pierdo la consciencia... Por hoy ha sido... Suficiente.

Un rojo tenue quema mis ojos aletargados. Cuando abro las puertas de mi visión, una luz extremadamente brillante ilumina mi cara cegándome al instante. ¿Eres tú? Tú brillabas como el sol, tú... No, solo es la estrella que da candor a nuestro mundo. Qué decepción.
Me levanto del sillón y recojo mis cosas, no sin antes despedirme de la casa de mis padres. Puede que no vuelva, querido hogar. Padre siempre dijo que la vida no se basa en una estabilidad aburrida. Me reveló que para ser feliz hay que incurrir a veces a la locura. Hoy voy a nadar plenamente en ella. Cuando abro la puerta no miro atrás. La cierro con llave sin mirar la cerradura. De nuevo adiós, hogar.

Me planto en la intersección del camino. Detrás de mí se encuentra la senda que lleva a la enorme ciudad de Kilen, pero mi interés recae en el cartel frente a mí: Al sureste, Uos. Al suroeste, los bosques de Crusiamenta, ciudad de lo inesperado. No voy a mentir, sentí un miedo terrible en el momento en que por mi cabeza se pasó la idea de ir a un campo de batalla repleto de cadáveres y sangre virgen.
Al dar el primer paso orientado hacia el suroeste, los comerciantes de la pequeña ciudad se acercan a mí. No quieren que me marche, pero no me van a retener. Al menos eso es lo que dicen. Un hombre corpulento se acerca a mí y me entrega una daga muy afilada. Dice que durante la guerra muchos bandidos se hacen pasar por soldados e inclusivo los mercenarios heridos atacan a los mercaderes itinerantes. No conozco el nombre del caballero, pero sé quién es. Lo mismo sucede con el anciano canoso y delgado que me lanza un pergamino anudado con cuidado con un rojo cordel sedoso. Cuando fijo la mirada en el regalo comprendo que se trata de un mapa. Exclamo totalmente desesperado e intento devolverle el tesoro, pero su hijo me empuja y me aleja de él. Me dice que es la voluntad de su anciano padre y que más me vale encontrar lo que busco. La amabilidad de mis amigos casi conocidos me hace derramar más lágrimas, pero un joven me advierte que no llore en vano si no quiero que unas terribles consecuencias caigan sobre mi persona. Es el único individuo que no conozco, pero no le doy importancia al tema. Les agradezco todo el apoyo a gritos y parto entusiasmado. Por cierto, en este país, un mapa se considera un objeto artístico completamente excepcional. Cuestan su peso en oro y conozco a varias personas que matarían por solo un pedazo de los mismos. Dejaré que la rosa de los vientos guíe mi camino, pero conservaré lejos de miradas curiosas este pedazo de mundo.

Annora... Tú me diste la vida para luego arrebatármela y yo enterraré tu cadáver para más tarde descubrir quién eras. Buscaré tu cuerpo frío y sin vida entre los muertos y los desmembrados. Te daré sepultura para que vuelvas con la madre Gaia. Cantaré la historia de un amor efímero y absurdo. Este humilde comerciante volverá a alzar la espada si es necesario. Aunque de perder un brazo dependa, llegaré a ti, sabré más de tu vida, conoceré mundo y... Cuando todo haya terminado, acabaré tu trabajo conmigo.

martes, 10 de abril de 2012

Besé a la locura más cuerda y me rechazó

1

La locura se pierde en el ecuador de tu sonrisa,
mis ojos te divisan a pesar de que mi cuerpo me retiene.

Épica es la guerra que se libra en mi interior:
El campo de batalla repleto de cadáveres;
versos, besos, abrazos  y caricias trémulos
y se alza victoriosa la distancia y el temer.

Por amar soy yo tu confidente demente
aunque desde mi lente sólo quieras demacrar.
No eres un ente ni yo soy real,
quisiera en ti nadar, pero me da miedo el mar.

El puñal del mal que empuñas
corta mi alma y la hace tuya.
Aunque cuando siento de verdad,
de verdad siento que nunca te fue ajena.

Si la vida es sueño, soñemos los dos,
dejemos atrás el mundo real y volemos;
aniquilar la percepción física anhelo
pero desaparecerías y bien te deseo
y bien me deseas a mí;
no te conozco pero sí y,
si exiges mi esencia,
viviré en ti.

El sol se pone y es injusto, llueve sobre mi busto
pero jamás le confesé al cielo ser su hermano,
aún así deja caer su llanto sobre de dolor mi manto,
raído por la desolación del Dios en el que no creo.

Me levanto, pero no creo que haya servido de algo.
Recuerdo el sonido de tus pasos: teclas de piano.
Y con el fetiche musical parto con vacío macuto;
ni alegría ni tristeza, sólo indiferencia y aspereza.

A cada gota caída se quiebra el mundo de un charco.
La destrucción no comparto, intento detener la lluvia,
mas claro está que me vence y me confunde:
Se precipitan mis lágrimas y llora el horizonte.

Y si en verso complejo escribo una vez más,
por obra de Satanás sentirás el dulce beso
de la prosa porfiria, puntiaguda cual rosa
que se origina por anhelar tu amarga ambrosía.

Ahora espero que tus ojos se claven en mi
presionando afilado elixir formando una cruz.
Y en mi iris verás la marca del vivir: 
y si esperas tres días en ellos se leerá: Tú.