lunes, 6 de mayo de 2013

Dama Noche, negra eternidad

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Su mirada se alzó entre cientos de cuervos de picos bermellón. Las gotas carmesíes caían sobre el suelo encharcado y embarrado en un compás que provocó el nacimiento de una sonrisa en sus rasgos de generosa belleza. La lluvia hacía el amor con la saliva ensangrentada de los carroñeros mientras algunos coreaban en un sonido estridente y desagradable, pero a su vez relajante. A cada paso que ella daba diez cuervos huían surcando los cielos, ya satisfechos por el botín con el que la joven figura los había homenajeado. El número de cadáveres era totalmente indiferente, lo que realmente le importaba a Ella era la cantidad de sangre derramada sobre su sagrado hogar. Los hombres acudían atraídos por su legendaria hermosura, deliciosa como una ambrosía sembrada en el infierno; las mujeres, sin embargo, viajaban hasta allí para pedir consejo sobre la huída del tiempo en aras de la eterna juventud. Ella obsequiaba a todos sus huéspedes con el mismo regalo: La muerte.

Sus mascotas de negro plumaje adoraban el sabor de la sangre de los seres esperanzados, pues la morada de Ella yacía alejada de todo lo llamado civilizado, allende del mar y de las montañas, emplazada en los confines del confín oscuro. El único modo de encontrarla era sumirse a sus deseos, permitir que apareciera en sueños cada noche y abrir el corazón a su alma errante y eterna. Ella guía a todos los que aun conserven el último retazo que Pandora dejó en la caza para apropiarse del tesoro final de la humanidad. La sangre era para sus cuervos, que prestaban sus alas al ser de inefable perfección clavando sus garras en su desnuda espalda pálida y llevándola más allá de las nubes. Más de una vez miraba directamente hacia el Sol, asqueada por esa luz eterna con la que no podía competir –“O no aún”. Luego, escupía con desprecio, recordando que por muy etérea que fuera, la Tierra anclaba su miserable existencia. 

Normalmente pasaba las noches de Luna llena observándola fijamente durante varios minutos hasta que se aburría de lo fascinante del astro blanquecino y puro. –“Al menos eres más interesante que la mayoría de almas mortales que me visitan…”. El coro de gritos ahogados que oía en su interior en el instante de consumir el espíritu de sus víctimas era agradable. Le recordaba a la canción de sangre y plumas de sus estimados cuervos. Por desgracia, la oda no duraba demasiado tiempo y se apagaba junto a Su sonrisa. Cuando cesaba la armonía brotaban lágrimas de sangre de sus hipnotizantes ojos. Cuando eso sucedía, todo el lugar parecía llorar con Ella. Las rocas sudaban musgo, las estatuas lucían ojeras de desolación y las grutas desprendían grava. Se levantó de la tumba de su único amor. La construyó ella misma después de una hermosa relación: Nada más llegar a sus dominios, ese hombre cometió el típico error humano de clavar sus pupilas en la belleza inconcebible que cualquier dios se negaría a creer. La diferencia es que él aguantó su mirada y pudo avanzar hacia ella sin detenerse, seguro. Aguantó sus besos, incluso rasgó sus labios entre salvajes mordiscos de pasión. Aguantó horas, días y semanas de sexo que hicieron brotar árboles de decenas de metros y que hizo eyacular a los cadáveres cenicientos que yacían descompuestos bajo tierra. Ella disfrutó de múltiples orgasmos y quiso llegar a algo más, así que le invitó a entrar en su morada. Los cuervos la guiaron hacia la entrada de la cripta de algún difunto sin nombre y allá sucedieron… Tuvieron lugar… No hay verbo posible para describir lo que allá abajo Ella le hizo a Él. La leyenda solo dice que los cuervos la vieron salir entre suspiros. La sangre picaba su tez y su larga y lisa cabellera parecía descontrolada. Fue la primera y única vez que los cuervos la vieron sudar. Sus prendas estaban ardiendo por causas desconocidas. Esperó a que se consumieran y tejió un vestido negro con su propia sombra. Después se dijo que ese hombre se había ganado el recuerdo en su alcoba eterna, así que le construyó una pequeña tumba. Se levantó y la luz de la Luna iluminó las letras cinceladas que rezaban “Lucifer”. 

Después de su único encuentro casi satisfactorio compuso canciones cuya letra robaría el alma al más aguerrido e insensible guerrero, escribió historias que harían fluir la orina por la entrepierna del juglar más atrevido y creó instrumentos cuyos materiales no se conocían anteriormente que podrían seccionar los brazos del bardo más musculoso. Sus cuervos se llevaron todos estos objetos imbuidos de Su esencia y Ella esperó. Ella sigue, de hecho, esperando.

-Poco a poco se puebla mi ciudad Sin Nombre. –Suspiró exhalando vida y muerte. Todos la amaban y nadie la comprendía. -¿Por qué todo el mundo me mira aterrado cuando mis ojos delatan quién… Qué soy? ¿No es acaso la muerte el regalo más dulce que puede existir? ¿No es acaso mi esencia recipiente suficientemente bello para sus almas? –Como siempre, sus cuervos la escuchaban, pero no respondían.

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