martes, 29 de noviembre de 2011

¿Qué ves?

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Durante la época más oscura de la humanidad, la edad media, existía una nación a la que sólo se podía llegar escalando las escarpadas montañas y laderas que la rodeaban. La sociedad del lugar no era primitiva, como se podría inducir; eran seres avanzados que no deseaban ser conocidos por el resto de la humanidad. El hermetismo de esta sociedad impidió que nadie supiera de su existencia hasta la actualidad. 

El doctor Kirk Van Greüng encontró los restos de una civilización arcaica en el cráter de unas altísimas montañas cuando sobrevolaba hacia su amada Alemania desde Finlandia en su avión privado. Absorto en sus pensamientos más profundos, asomó la cabeza en el ventanuco del sillón donde descansaba vislumbrando así una enorme cicatriz en la tierra por encima de unas montañas enormes.

-Herb, ¿Este paso es muy transitado?
-No, señor -Contestó el piloto. -De hecho, los aviones turísticos no tienen permitido salirse de unas rutas estipuladas. He creído conveniente atajar...
-¡Bien! Bien... Tranquilo, Herb. Me espera una importante conferencia en Alemania, gracias.

Van Greüng marcó con delicadeza y exactitud el punto donde se encontraban gracias a la guía de su piloto.

Tres meses después, el doctor alemán, movido por su ansia de sabiduría, contrató a un grupo de mercenarios para viajar al secreto cráter. El grupo de asesinos fue elegido por su capacidad para guardar los secretos más importantes. Todos eran de complexión fuerte en contraste con el débil doctor.
-Oiga, doc. ¿Qué se supone que hay ahí abajo? -Dijo el líder de los mercenarios, curioso.
-Eso es lo que vamos a averiguar, mi querido protector.

Cuando el avión privado del doctor aterrizó en el enorme cráter, todos los integrantes de la expedición comenzaron a sentir incomodidad. Temblaban por alguna razón, y la temperatura era más elevada de lo normal. El termómetro marcaba los 40ºC en mitad de la cima de una montaña titánica que no parecía volcánica. El doctor estaba perplejo y sudoroso, pero no comentó nada a sus seguidores por miedo a que huyeran.

Johan, el líder de los mercenarios, conocido por ser un sangriento asesino a sueldo, sentía el miedo como algo casi físico, tangible. Dio las órdenes pertinentes para que sus hombres se desplegaran con el objetivo de buscar restos de una antigua civilización. Eran 7 hombres contándole a él. El doctor estaba muy conforme con el comportamiento del mercenario ya que era eficaz y servil.

Tras un par de horas divagando sin encontrar nada, los mercenarios empezaron a gritar desesperados.
-¡Johan!, ¡Doctor! ¡No vemos nada! ¡Socorro!

El doctor había notado que las lentes de sus gafas se habían impregnado de suciedad, pero tras la alarma de los mercenarios las limpió con su pañuelo y no consiguió nada. Estaban completamente impolutas.
-Así que es cierto que estamos perdiendo la vista gradualmente...

Johan se mostraba impasible a pesar de perder poco a poco su perfecta y aguda visión. Aún veía lo suficiente como para seguir el camino que pautaban sus ojos.
-¿Qué mierda está pasando? -Susurró para sus adentros. Sacó su rifle y disparó varias veces con el fin de atraer a su compañía, señal que entendieron a la perfección.

Tras 10 minutos, aparecieron todos los miembros de la comitiva guiados por los constantes disparos de su cabecilla.
-Johan, no hay rastro del doctor y apenas puedo ver nada...
-¡Cálmate, Luther! Vamos, hijo, ¿crees que te dejaría tirado? ¿Cuántas misiones hemos cumplido juntos?
-Ya. tío, pero estoy cagado de miedo, sinceramente. Y creo que mis compañeros también... ¿Verdad, Seril?
-Sí, la verdad es que sí, Johan... -Dijo la única mujer del grupo. Creo que deberíamos volver...
El líder mercenario lanzó una granada con inquina hacia la nada.
-¡Jamás os abandonaré y jamás dejaré que perdáis algo tan esencial como la vista! A mis 54 años jamás había sentido algo así y no dejaré que seres tan prometedores como vosotros acaben así.
-Johan... -Empezó Seril.
-¡NO! -Bramó el líder. -Permaneced aquí. ¡Es una orden!
Johan se retiró de la comitiva y partió en busca del doctor.
-Ese tío me las pagará...

A tientas, Johan corrió y corrió en busca de algún rastro del doctor. Lo primero que vio tras unos minutos de atletismo fueron unas ruinas. A medida que se acercaba parecían más deterioradas, pero eso no le impactó. Le llamó más la atención la orgía carmesí que se encontraba delante de él. Podía ver con toda claridad, aún habiendo perdido la mayor parte de la vista, al cadáver del doctor apoyado en las negras paredes de ónice.
El único rasgo característico que podía observarse en él eran las gafas partidas que yacían en sus inertes manos. El resto era sangre y órganos desparramados.

-¡Mierda, mierda, mierda, mierda, MIERDA! -Gritó Johan asustado. Jamás había visto un cadáver tan siniestramente destrozado en su carrera. -¡MIERDA! -Gritó ahora con furia.
Lo siguiente que hizo Johan fue correr hacia donde dejó a sus compañeros. Sus temeros crecían con cada paso que daba.

Empezaba a ver claramente. Pero ya no había un cráter, ya no estaba desierto. Delante de él se levantaba una imponente muralla de ónice y a sus puertas yacían los cuerpos del resto de la partida.
Johan lloró desconsolado por la pérdida de sus compañeros, considerados como hermanos e hijos. Alzó el rifle y empezó a disparar al azar.
-¡Ven, hijo de puta! ¡Agh! -Los tiros deformaban sus gritos.

Johan sintió un golpecito en el hombro. Se giró para comprobar de dónde venía ese pequeño impulso y se topó de bruces con una multitud portadora de antorchas. En el lugar donde deberían estar sus ojos sólo caía un líquido negruzco perpetuamente. El hombre que lideraba al grupo de figuras se acercó a Johan con una sonrisa, pero éste salió huyendo.

El mercenario se escondió cerca del cadáver del doctor Van Greüng. Divisó una pequeña nota escrita apresuradamente que rezaba lo siguiente:

"Huid de este lugar maldito. He encontrado el diario de una joven muchacha que vivía aquí. No sé cómo, pero he entendido ese idioma desconocido y, además, he podido leer sin dificultades de visión el susodicho libro. Dice que todos los habitantes de esta civilización perdieron la vista gradualmente. Cuando alguien perdía la vista completamente, perdía además la razón. Se masacraron entre ellos. Veo unas ruinas, pero sé que debe de ser un delirio causado por el terror... Siento algo. Huid, ¡Ya!"

Johan suspiró. Esas formas repugnantes y hostiles se acercaban a una velocidad pasmosa. Sacó la foto de su mujer de la cartera y la colocó en su pecho. Se sentía culpable por todas las muertes que había causado en vida. Levantó el rifle y lo lanzó. Sacó su mauser.

-Demasiado tarde para arrepentirse. -El único sonido que podía ser percibido en el cráter fue el de la pistola del mercenario. Los seres eran silenciosos.

lunes, 28 de noviembre de 2011

El símbolo

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Día 11 tras la catástrofe:

Sonríe la fortuna al verme despertar. Un día más en que se quedará en su hogar, esperando. No me sigue allá donde voy y cuando le hablo, no contesta.

El flujo temporal se ha detenido y no puedo discernir el futuro del pasado ni del presente.Ni sé dónde estoy, ni a dónde iré. Al menos sé dónde he ido, pero no la razón que me ha llevado a hacerlo.

El símbolo se ha extraviado en los mares intemporales en los que vivo y debe de ser completamente imposible encontrarlo. Utilicé esa runa para respirar, moverme, pensar y decidir. Ahora estoy solo y mi única posesión es el tesoro más grande de la humanidad.

Las palabras que aparecían en ese grabado me guiaban por el camino oscuro de la vida. Hasta entonces tuve un éxito poco merecido, pero cuando desapareció el objeto arcano, dejé de ser yo mismo. La mitad de mi ser estaba configurado a imagen del dispositivo místico. Sin él, mi mente es un edificio en ruinas. El panteón en llamas.

A día de hoy intento crear mi propio ego paso a paso, pero es muy difícil y dudo que pueda conseguirlo. Si fracasara, lo único que podría hacer es lanzarme al Mar del Tiempo, esa brecha que se ha abierto en nuestro mundo dónde se combinan todos los momentos y todos los lugares.

Johred Kilsen - Maestro Alquimista

jueves, 24 de noviembre de 2011

La oscuridad infinita

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La ceguera es una maldición y Liar lo sabe perfectamente. Invidente desde su nacimiento, el joven gustaba de explorar el mundo con el resto de sus sentidos. Por desgracia, el pobre muchacho ciego carecía de aquello a lo que los demás llamaban “amigos”. Su única compañía fue, durante mucho tiempo, su perro lazarillo Derp. El pastor alemán disfrutaba sobremanera con la compañía de Liar e incluso llegó a guiarle por los angostos caminos de la vida todo el tiempo que estuvieron juntos. La oscuridad no era un obstáculo para el desafortunado chico gracias a su compañero canino. 

Los padres del muchacho estaban preocupados por el comportamiento aislante del mismo, pero él no hizo caso de las peticiones de sus progenitores para ir a conocer a otros chicos de su edad. No le gustaba hablar con la gente y no le gustaba sentirse observado. Desde su ceguera innata concebía que las miradas hacia otros individuos eran una afrenta a la intimidad y así pensó hasta el final de sus días. Aún así, tenía en alta estima a sus padres, que le habían dado un cuidado óptimo durante toda su vida.

Llegó el invierno y el trágico día llegó. Cuando Liar fue a pasear sin el consentimiento de sus tutores a una montaña cuya capa de nieve hacía invisible la tierra, empezó a divagar por los senderos hasta que llegó al final del camino. Delante de él yacía un abismo profundo. A causa del fuerte viento no fue capaz de discernir que más adelante no había soporte para sus pies así que siguió caminando. Su estimado Derp agarró sus ropajes de un mordisco y le lanzó hacia arriba, pero el can cayó inevitablemente a una muerte segura.

Desde aquél momento Liar creó una burbuja en la que nadie podía entrar. Su mundo era únicamente suyo, por lo que sólo hablaba a sus padres cuando era necesario. Los viajes solitarios eran habituales pues aprendió a moverse sólo agudizando otros sentidos como penitencia por la pérdida de su amigo.

Un día nublado llegó a unas ruinas cuyo mensaje, escrito en un idioma olvidado, yacía justo encima de la entrada, en un arco que parecía dar la bienvenida a aquellos que cruzasen su sombra. El grabado, al que Liar no podía acceder por la altura, rezaba "el que sienta temor no podrá gobernar el mundo; aquel que sienta miedo dividirá las naciones y causará desgracias catastróficas. Sólo el valiente podrá desentrañar el secreto del mundo, el origen de los orígenes". 

Ahí estaba el joven invidente, delante de todo aquello por lo que se derramó más sangre de la que se pueda llegar a concebir, de lo que todo y todos surgían. Como no pudo observar qué yacía delante de el, decidió volver a su hogar. Antes de partir, tropezó por el azar del destino y cayó sobre algo inefable, algo que ni él actualmente podría describir, algo inmaterial pero algo que Liar sintió en su interior. La ignorancia es uno de los peores enemigos del ser humano.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

La deuda eterna

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No como un día cualquiera, volvía de una ciudad lejana hacia donde yo vivía. Había ido a visitar a una amistad cuya salud se encontraba en un estado muy frágil. 

Ya en la estación utilicé el bono del tren para acceder al andén. Una vez llegado el tren me introduje en uno de sus vagones. Sufría un cansancio pronunciado así que decidí activar mi dispositivo reproductor multimedia para tratar de dormirme mediante mi música favorita. 
Mi teléfono móvil marcaba ya que había pasado media hora desde que caí a los brazos de Morfeo y el vagón estaba completamente vacío. O casi. Una chica joven de mi edad se apoyaba en la pared a mi lado. Ni muy bella ni poco agraciada miraba fijamente hacia adelante. El vagón contenía muchos asientos vacíos pero no le di importancia. 

Con el paso de los minutos, el tren se fue llenando de individuos curiosos de todo tipo (como suele ocurrir en los viajes en transporte publico). La chica seguía ahí, a mi lado, escuchando apaciblemente como yo su música. Yo bajaba en la ultima parada así que de nuevo me quede a solas. Con ella. A mi lado. 

Cuando el tren detuvo su avance decidí que lo mejor seria llegar a casa rápidamente así que salí presto de la estación ya en mi ciudad de residencia. Allí seguía ella, detrás de mi, como si de una amistad rezagada se tratara, intentando alcanzar a su colega acelerado. No le di importancia a pesar de que estaba empezando a confabular locas ideas en mi mente: ¿le gusto y quiere conocerme?, ¿Quiere robarme?, ¿Querrá algo en especial de mi? Desde luego no podría imaginar que lo que me exigiría sería algo tan valioso y único. Acto seguido me giré para abordarla en violenta conversación, pero detrás de mi no había nadie, por lo que decidí seguir mi camino. Estaba exhausto por alguna razón así que me apee y me senté en un banco en una plaza solitaria y verde. Apagué el aparato que hacia sonar mi música y sufrí un susto súbito. Ella estaba sentada a mi lado a pesar de no haber oído pasos de ningún tipo. Abrió la boca para proferir susurros casi ininteligibles con una voz dulce pero fría y carente de emoción: 
He venido a reclamar lo que al universo pertenece por derecho, aquello que te ha permitido sostenerte e interactuar con lo físico. Entrégamelo aquí y ahora o no habrá paz para tu esencia.

Sus palabras son lo ultimo que puedo recordar ahora que estoy en la misma plaza, pero siento una extraña sensación de humedad y ardor. Un río carmesí nace de distintos órganos de mi cuerpo pero no siento dolor. Me llega un SMS al teléfono móvil y con dificultades lo consigo extraer de mi bolsa. Qué repugnante, se han manchado las teclas de ese líquido denso y el esfuerzo necesario para pulsarlas es mayor. Al leer la trágica noticia quiero llorar pero no me quedan fuerzas. Mi querido amigo ha sucumbido a la enfermedad y su madre necesita mi apoyo, pero solo quiero dormir... La joven ha vuelto y me mira fijamente. Me hago el dormido pero los párpados han escapado a mi control y poco a poco mi cuerpo hace lo propio. Creo que lo mejor será dormir. Despertaré de esta pesadilla.