martes, 31 de julio de 2012

Déjate llevar por tu ceniciento corazón (1)

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Freya odiaba que se metieran con su difunto padre. Él se lo dio todo a la pobre muchacha: un lecho en el que dormir, una gran mansión, un plato caliente en la mesa cada uno de los días de su existencia… ¡Y todo ello habiendo muerto su esposa, la madre de Freya, ante sus ojos! Estaba claro que en la ciudad de Voël jamás encontrarían la paz, pero su encanto era atrapante.

Miles de pájaros sobrevolaban la urbe un día tras otro; azulados, cobrizos, rallados y a manchas de colores entre muchas otras características vistosas era de lo que parecían jactarse las aves que le daban vida al lugar. A pesar de la belleza inefable de Voël, adinerados y pobres vivían en comunión. La ciudad no disponía de una estructura que separase las castas de sus habitantes, por lo que los robos estaban a la orden del día, y los asaltos eran tan comunes como la posibilidad de ver extenderse el jardín de algún pudiente sobre la tumba de un don nadie.

Eso mismo ocurría ante los ojos de la pobre niña traumatizada: sobre el lecho de su difunto progenitor yacían enredaderas que rodeaban la lápida impidiendo la legibilidad del nombre que portó con orgullo. Pero los restos que descansaban ahí abajo no eran los de un don nadie, sino los de un hombre honrado cuyas intenciones bondadosas se encargaron de darle un lugar bajo tierra. Freya apartó a patadas las malas hierbas hasta que el grabado ya borroso en la piedra vio la luz del sol.

Lord Banis Greymatter trató de imponer un impuesto que alimentaría a los pobres y que heriría en el orgullo a los más ricos. Al tratarse del hombre con los bolsillos más llenos de la ciudad, y al ser la misma un hervidero de crimen y muerte, Banis ostentaba el cargo de líder de Voël. Ningún otro ciudadano se habría atrevido a ocupar el cargo gubernamental del lugar.

Los vagabundos, tras el acto de misericordia de su señor viajaron a duras penas hasta la mansión dónde habitaban los Greymatter. Los miserables bautizaron al hogar de su benefactor como la mansión pendiente ya que la edificación se construyó en la base de una montaña que se iba ensanchando. Formada por más de cinco pisos, la mansión era realmente extravagante, pero sin duda era una obra maestra arquitectónica. Una vez allí, los mendigos dieron las gracias a Banis, que salió a recibirles como ningún otro señor poderoso habría hecho en su lugar. Además, les entregó un carro repleto de suministros que tuvieron que cargar entre cuatro hombres. Colmados de felicidad dejaron al señor a solas no sin antes advertir que ese lugar jamás había sido objeto de vandalismo, pues Banis se dedicaba a ayudar a los más necesitados; incluso a los más peligrosos.

Y de ese modo murió su mujer, la hermosa Lady Illya Denia. La familia Denia no era ni mucho menos tan rica como la Greymatter, pero fue Banis quien aceptó el amor de la para entonces joven muchacha. Según el padre de Freya, Illya era tan hermosa que le robó el aliento y para cuando quiso aceptar su proposición habían pasado un par de minutos sin que él pudiera darse cuenta. Obviamente, convivieron un tiempo juntos antes de decidir si compartirían su vida para siempre. Hubo riñas, discusiones y peleas graves, pero siempre se solucionaban por inercia.

Nunca una pareja hubo compartido tanto en tan poco tiempo y ambos estaban completamente enamorados. La locura embargaba a los amantes y ése fue el ingrediente con el que se forjó la unión más inquebrantable de Voël.

Freya terminó de limpiar la tumba de su padre para más tarde acercarse a la de Lady Illya. Esta vez no tubo que patear ni apartar los restos de un jardín descuidado que consumía el páramo del cementerio de Voël, sino que se encontraba ante una tumba glorificada, enorme y cuyo cuidado constante la mantenía como el día en que enterraron a su madre. Ese pensamiento le hizo estremecerse. Unas enormes alas blancas de marfil surtían de la espalda de la figura pétrea de Illya, una mujer respetada. Su trágica muerte fue la que desencadenó una oleada de amor hipócrita por parte del pueblo, que otrora la ignoró a pesar de sus viajes a las chozas de los más pobras para entregarles alimentos y cultura: les leía a las familias sencillas los cuentos que ella consideraba necesarios para ensoñar. Y ellos necesitaban vivir de un sueño.

La lápida que sujetaba en alto la angelical Illya no estaba mancillada en absoluto. La decisión de Banis fue, según los habitantes ricos de la ciudad, fruto del trauma psíquico que le causó la muerte de su perfecta esposa. por lo que los viejos cubiertos de oro no difundieron más falsas noticias. No, su padre no era idiota y su madre no fue una pusilánime. Su padre no quiso ayudar a los que menos tenían por un ataque de locura, sino porque era necesario y su madre siempre le apoyó. De hecho, fue Illya la que propuso ese nuevo impuesto a los más ricos, pero nunca se supo. Por ese motivo Illya seguía siendo amada tras su muerte mientras que el pobre Banis yacía olvidado incluso por aquellos a quienes había ayudado. Los viejos egoístas se encargaron de ensuciar el nombre del buen Lord para que jamás nadie siguiera sus pasos y los descendientes de los mendigos jamás creyeron una palabra de Freya sobre cómo su padre ayudó a sus familias en vida.

Freya abrió los ojos como platos y dirigió la mirada ante la Luna llena. Juró venganza sobre aquellos que difamaron el buen nombre de su padre y les impondría la verdad a golpes si era necesario. La pobre muchacha pelirroja y delgaducha solo había vivido 14 primaveras y tres de ellas las había pasado en las calles mugrosas de Voël. Aún recordaba cómo ese hombre, blandiendo un cuchillo oxidado y barato, se lanzó contra su madre sin dudar. No le tembló el pulso, no estaba nervioso, no pedía comida, no exigía oro, no la violó, ni tan solo escupió con rencor al cadáver de la siempre hermosa Illya. Entonces, ¿por qué asesinó a su madre? Illya sabía que algo no encajaba y pensaba descubrir tarde o temprano qué era. Banis no estaba cuando tuvieron lugar los hechos, así que la pobre niña de 6 años se arropó cerca del cuerpo de su madre muerta para evitar morir congelada durante la larga noche invernal. La sangre manaba con violencia de las heridas causadas por el cuchillo del criminal fugado y manchó la cara y las manos de la niña durante largos minutos hasta que el sueño se la llevó. Al día siguiente uno de los comerciantes de Lord Banis encontró el cuadro más grotesco que jamás hubo presenciado: La niña despierta con los ojos bien abiertos y la mirada perdida y el cadáver de Lady Illya recostado contra la fría pared, con los ojos también abiertos. La pobre Freya quiso negar la muerte de su madre, pero ese es el destino de todo ser humano.

Freya escupió lejos de la tumba de su madre y trató de volver rauda con sus compañeros de hurto. Si se daba prisa aún podrían adueñarse de unas cuantas manzanas y un melón para acompañar al pollo que Dak había cazado.

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