Freya
odiaba que se metieran con su difunto padre. Él se lo dio todo a la pobre
muchacha: un lecho en el que dormir, una gran mansión, un plato caliente en la
mesa cada uno de los días de su existencia… ¡Y todo ello habiendo muerto su
esposa, la madre de Freya, ante sus ojos! Estaba claro que en la ciudad de Voël
jamás encontrarían la paz, pero su encanto era atrapante.
Miles
de pájaros sobrevolaban la urbe un día tras otro; azulados, cobrizos, rallados
y a manchas de colores entre muchas otras características vistosas era de lo
que parecían jactarse las aves que le daban vida al lugar. A pesar de la
belleza inefable de Voël, adinerados y pobres vivían en comunión. La ciudad no
disponía de una estructura que separase las castas de sus habitantes, por lo
que los robos estaban a la orden del día, y los asaltos eran tan comunes como
la posibilidad de ver extenderse el jardín de algún pudiente sobre la tumba de
un don nadie.
Eso
mismo ocurría ante los ojos de la pobre niña traumatizada: sobre el lecho de su
difunto progenitor yacían enredaderas que rodeaban la lápida impidiendo la
legibilidad del nombre que portó con orgullo. Pero los restos que descansaban
ahí abajo no eran los de un don nadie, sino los de un hombre honrado cuyas
intenciones bondadosas se encargaron de darle un lugar bajo tierra. Freya
apartó a patadas las malas hierbas hasta que el grabado ya borroso en la piedra
vio la luz del sol.
Lord
Banis Greymatter trató de imponer un impuesto que alimentaría a los pobres y
que heriría en el orgullo a los más ricos. Al tratarse del hombre con los
bolsillos más llenos de la ciudad, y al ser la misma un hervidero de crimen y
muerte, Banis ostentaba el cargo de líder de Voël. Ningún otro ciudadano se
habría atrevido a ocupar el cargo gubernamental del lugar.
Los
vagabundos, tras el acto de misericordia de su
señor viajaron a duras penas hasta la mansión dónde habitaban los
Greymatter. Los miserables bautizaron al hogar de su benefactor como la mansión pendiente ya que la
edificación se construyó en la base de una montaña que se iba ensanchando.
Formada por más de cinco pisos, la mansión era realmente extravagante, pero sin
duda era una obra maestra arquitectónica. Una vez allí, los mendigos dieron las
gracias a Banis, que salió a recibirles como ningún otro señor poderoso habría
hecho en su lugar. Además, les entregó un carro repleto de suministros que
tuvieron que cargar entre cuatro hombres. Colmados de felicidad dejaron al
señor a solas no sin antes advertir que ese lugar jamás había sido objeto de
vandalismo, pues Banis se dedicaba a ayudar a los más necesitados; incluso a
los más peligrosos.
Y
de ese modo murió su mujer, la hermosa Lady Illya Denia. La familia Denia no
era ni mucho menos tan rica como la Greymatter , pero fue Banis quien aceptó el amor
de la para entonces joven muchacha. Según el padre de Freya, Illya era tan
hermosa que le robó el aliento y para cuando quiso aceptar su proposición
habían pasado un par de minutos sin que él pudiera darse cuenta. Obviamente,
convivieron un tiempo juntos antes de decidir si compartirían su vida para
siempre. Hubo riñas, discusiones y peleas graves, pero siempre se solucionaban
por inercia.
Nunca
una pareja hubo compartido tanto en tan poco tiempo y ambos estaban
completamente enamorados. La locura embargaba a los amantes y ése fue el
ingrediente con el que se forjó la unión más inquebrantable de Voël.
Freya
terminó de limpiar la tumba de su padre para más tarde acercarse a la de Lady
Illya. Esta vez no tubo que patear ni apartar los restos de un jardín
descuidado que consumía el páramo del cementerio de Voël, sino que se
encontraba ante una tumba glorificada, enorme y cuyo cuidado constante la
mantenía como el día en que enterraron a su madre. Ese pensamiento le hizo
estremecerse. Unas enormes alas blancas de marfil surtían de la espalda de la
figura pétrea de Illya, una mujer respetada. Su trágica muerte fue la que
desencadenó una oleada de amor hipócrita por parte del pueblo, que otrora la
ignoró a pesar de sus viajes a las chozas de los más pobras para entregarles
alimentos y cultura: les leía a las familias sencillas los cuentos que ella
consideraba necesarios para ensoñar. Y ellos necesitaban vivir de un sueño.
La
lápida que sujetaba en alto la angelical Illya no estaba mancillada en
absoluto. La decisión de Banis fue, según los habitantes ricos de la ciudad,
fruto del trauma psíquico que le causó la muerte de su perfecta esposa. por lo
que los viejos cubiertos de oro no difundieron más falsas noticias. No, su
padre no era idiota y su madre no fue una pusilánime. Su padre no quiso ayudar
a los que menos tenían por un ataque de locura, sino porque era necesario y su
madre siempre le apoyó. De hecho, fue Illya la que propuso ese nuevo impuesto a
los más ricos, pero nunca se supo. Por ese motivo Illya seguía siendo amada
tras su muerte mientras que el pobre Banis yacía olvidado incluso por aquellos
a quienes había ayudado. Los viejos egoístas se encargaron de ensuciar el
nombre del buen Lord para que jamás nadie siguiera sus pasos y los
descendientes de los mendigos jamás creyeron una palabra de Freya sobre cómo su
padre ayudó a sus familias en vida.
Freya
abrió los ojos como platos y dirigió la mirada ante la Luna llena. Juró venganza
sobre aquellos que difamaron el buen nombre de su padre y les impondría la
verdad a golpes si era necesario. La pobre muchacha pelirroja y delgaducha solo
había vivido 14 primaveras y tres de ellas las había pasado en las calles
mugrosas de Voël. Aún recordaba cómo ese hombre, blandiendo un cuchillo oxidado
y barato, se lanzó contra su madre sin dudar. No le tembló el pulso, no estaba
nervioso, no pedía comida, no exigía oro, no la violó, ni tan solo escupió con
rencor al cadáver de la siempre hermosa Illya. Entonces, ¿por qué asesinó a su
madre? Illya sabía que algo no encajaba y pensaba descubrir tarde o temprano
qué era. Banis no estaba cuando tuvieron lugar los hechos, así que la pobre
niña de 6 años se arropó cerca del cuerpo de su madre muerta para evitar morir
congelada durante la larga noche invernal. La sangre manaba con violencia de
las heridas causadas por el cuchillo del criminal fugado y manchó la cara y las
manos de la niña durante largos minutos hasta que el sueño se la llevó. Al día
siguiente uno de los comerciantes de Lord Banis encontró el cuadro más grotesco
que jamás hubo presenciado: La niña despierta con los ojos bien abiertos y la
mirada perdida y el cadáver de Lady Illya recostado contra la fría pared, con
los ojos también abiertos. La pobre Freya quiso negar la muerte de su madre,
pero ese es el destino de todo ser humano.
Freya
escupió lejos de la tumba de su madre y trató de volver rauda con sus
compañeros de hurto. Si se daba prisa aún podrían adueñarse de unas cuantas
manzanas y un melón para acompañar al pollo que Dak había cazado.
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