miércoles, 2 de noviembre de 2011

La deuda eterna

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No como un día cualquiera, volvía de una ciudad lejana hacia donde yo vivía. Había ido a visitar a una amistad cuya salud se encontraba en un estado muy frágil. 

Ya en la estación utilicé el bono del tren para acceder al andén. Una vez llegado el tren me introduje en uno de sus vagones. Sufría un cansancio pronunciado así que decidí activar mi dispositivo reproductor multimedia para tratar de dormirme mediante mi música favorita. 
Mi teléfono móvil marcaba ya que había pasado media hora desde que caí a los brazos de Morfeo y el vagón estaba completamente vacío. O casi. Una chica joven de mi edad se apoyaba en la pared a mi lado. Ni muy bella ni poco agraciada miraba fijamente hacia adelante. El vagón contenía muchos asientos vacíos pero no le di importancia. 

Con el paso de los minutos, el tren se fue llenando de individuos curiosos de todo tipo (como suele ocurrir en los viajes en transporte publico). La chica seguía ahí, a mi lado, escuchando apaciblemente como yo su música. Yo bajaba en la ultima parada así que de nuevo me quede a solas. Con ella. A mi lado. 

Cuando el tren detuvo su avance decidí que lo mejor seria llegar a casa rápidamente así que salí presto de la estación ya en mi ciudad de residencia. Allí seguía ella, detrás de mi, como si de una amistad rezagada se tratara, intentando alcanzar a su colega acelerado. No le di importancia a pesar de que estaba empezando a confabular locas ideas en mi mente: ¿le gusto y quiere conocerme?, ¿Quiere robarme?, ¿Querrá algo en especial de mi? Desde luego no podría imaginar que lo que me exigiría sería algo tan valioso y único. Acto seguido me giré para abordarla en violenta conversación, pero detrás de mi no había nadie, por lo que decidí seguir mi camino. Estaba exhausto por alguna razón así que me apee y me senté en un banco en una plaza solitaria y verde. Apagué el aparato que hacia sonar mi música y sufrí un susto súbito. Ella estaba sentada a mi lado a pesar de no haber oído pasos de ningún tipo. Abrió la boca para proferir susurros casi ininteligibles con una voz dulce pero fría y carente de emoción: 
He venido a reclamar lo que al universo pertenece por derecho, aquello que te ha permitido sostenerte e interactuar con lo físico. Entrégamelo aquí y ahora o no habrá paz para tu esencia.

Sus palabras son lo ultimo que puedo recordar ahora que estoy en la misma plaza, pero siento una extraña sensación de humedad y ardor. Un río carmesí nace de distintos órganos de mi cuerpo pero no siento dolor. Me llega un SMS al teléfono móvil y con dificultades lo consigo extraer de mi bolsa. Qué repugnante, se han manchado las teclas de ese líquido denso y el esfuerzo necesario para pulsarlas es mayor. Al leer la trágica noticia quiero llorar pero no me quedan fuerzas. Mi querido amigo ha sucumbido a la enfermedad y su madre necesita mi apoyo, pero solo quiero dormir... La joven ha vuelto y me mira fijamente. Me hago el dormido pero los párpados han escapado a mi control y poco a poco mi cuerpo hace lo propio. Creo que lo mejor será dormir. Despertaré de esta pesadilla.

2 Response to La deuda eterna

Anónimo
4 de noviembre de 2011, 17:07

Dios... me has dejado helado con este relato albert..ufff.. creo que con este relato me has dejado mas atrapado que con cualquier otro.. y mira que es corto..

pd: me debes unos athalies

kivi sheppard

30 de noviembre de 2011, 3:38

Sabes? me encanta, no hay mas, continuare leyéndote hasta el fin de mis días jeje.

Lili.

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