Lyanna vive en Leordia, la
ciudad de los sueños. Hoy mismo alcanza la categoría de estudiante amateur a
sus 12 años recién cumplidos. Tras muchos años de esfuerzo, crecimiento y
evolución, Lyanna podrá por fin cumplir su sueño: descubrir el cosmos.
Sale de casa no sin antes
dejar los volúmenes que estaba ojeando en sus respectivas estanterías.
“Astronomía”, lleva por título su tomo favorito de la colección “Cognitio
Supremum”. Cuando Lyanna llega al recinto donde su estimada mamá, profesora con
honores, le impartirá una clase magistral, empieza a sentirse mal. No le
importa, “no quiero decepcionar a mamá”. Se apea e invade uno de los pupitres
envejecidos de la primera fila. Con los ojos como platos y haciendo caso omiso
a los nervios traidores absorbe como una esponja el conocimiento que se
desprende de la mujer que la trajo al mundo. Aprende antes de terminar la
sesión que las tres lunas de Galimatea ejercen una extraña atracción sobre la
misma que estabiliza los mares y los vientos. Siempre supo que los astros eran
poderosos, pero jamás hubiese imaginado antes de empezar con lo que sería su
pasión que podrían serlo tanto. “Son como dioses de piedra y fuego…” Los
alumnos le dedican una reverencia a la estricta doctorada y únicamente cuando
el alumno más problemático del grupo, obligado por presión paternal a estudiar
los cielos, abandona el aula es cuando Kessera, la soñadora, irrumpe a mamá con
una de sus estúpidas preguntas. Lyanna pretende ignorarla pero se le antoja
imposible así que agudiza bien los oídos.
-¿Es cierta la leyenda de
Satiatoxia? –La mirada severa de la madre de Lyanna se convierte en una
expresión de ternura. -¿Es verdad que arderemos ante las llamas divinas?
-No, cielo. Deberías saber
que las leyendas son solo eso. Nunca creas que todo lo que oyes se relaciona
con la más estricta de las realidades, y menos en el ámbito que nosotras
tratamos.
La chica dejó tranquila a
mamá y la clase terminó. Lyanna se despidió con un gesto de manos y se dirigió
de nuevo a su hogar. Mamá volvería más temprano que tarde así que intentaría
cocinar algo para ella. Quizá así le atendería con preferencia en las clases.
Tras cruzar el umbral de su habitación se tumba en su mullido colchón
ornamentado con la blancura más impecable. Prevé por su borrosa percepción del
mundo que no podrá preparar nada rico para mamá. En unos segundos cae rendida.
Como de costumbre, la muchacha no sueña nada en absoluto. Negrura espesa cubre
sus horas de sueño y no hay espacio para la originalidad onírica de una niña
preadolescente.
Luz. Fuego. Lyanna empieza
a gritar aún en brazos de Hipnos e intenta abrir los ojos. Lo primero y único
que ve ante sus pobres globos dubitativos es una llama tan intensa que se
extraña de no sufrir ante la visión. Parece ser que alguien ha encendido una lámpara
en su pobre tez. Se levanta y busca a tientas el objeto, pero no encuentra
nada. Cae al suelo, le sangran las rodillas. Se aferra al pomo de la ventana
más cercana y se asoma al exterior. La visión no cambia. Se da cuenta de que la
luz no proviene del interior de la casa. Se percata de que fuera todo parece
estar sobresaturado de luz. Nota después de intentar razonar qué ocurre algo
extraño. Hay un pitido que molesta a Lyanna, pero no proviene de ningún lugar
en particular. Suena como una radio mal sintonizada. Es un sonido muy
desagradable y cada vez aumenta más su potencia. Lyanna grita pero nadie oye su
llanto. Antes de despertar siente una palabra desde lo más profundo de su
mente. Satiatoxia. Y nada más.
Se levanta cubierta de
repugnante sudor, orines de temor y sangre reseca de una caída aparentemente no
acontecida. Incomodada, intenta encontrar a su madre. Ya habrá llegado mamá.
Seguro. Abre la puerta de la alcoba de mamá y su inmediata reacción es expulsar
la bilis que se ha ganado paso a la fuerza a través de su laringe.
Ante Lyanna yace el
cadáver carbonizado de lo que se supone que es mamá. Carece de ropajes y es
irreconocible, pero la altura es la de mamá y ese rostro deformado… Hay una
sonrisa forzada en la cara de mamá. Alguien ha prendido fuego a mamá. Alguien
ha rasgado el cráneo de mamá. Alguien ha cincelado una sonrisa perturbadora en
la cara sin piel de la muerta mamá. Lyanna huye corriendo de la habitación de
su madre. Sale de su casa y se dirige al hospital más cercano. Una vana esperanza.
Cuando Lyanna se detiene a
recuperar el aliento gana el tiempo suficiente como para pensar en lo
acontecido. Eso destruye una parte de su cerebro. Se desmaya.
Se levanta de la cama en
la que no cayó dormida e intenta luchar consciente de lo que seguirá. Aparece
de nueva esa luz que todo lo impregna. Es Satiatoxia, la estrella asesina. La
leyenda que se cuenta es absurda. Una estrella no puede acercarse a nada sin
consumirlo, pero ahí está, ante ella. Y esta vez los fuegos del dolor forman
rostros demacrados, las llamas ondulantes crean sonrisas deformes y el sonido
en el interior de Lyanna ya no es una radio estropeada. Ahora escucha el llanto
de seres humanos antes de su brutal asesinato. Pero con mucha intensidad, mucha
potencia… Empiezan a sangrarle los oídos. La visión se le entela como a los más
ancianos. Piensa en la frase popular y pretende usar fuego para combatir el
fuego, así que agarra una antorcha que flota en el aire y golpea sin cesar la
superficie de una estrella. Es ridículo, está golpeando un astro treinta veces
mayor a Leordia. Ondea la antorcha y vuelve a ondearla. Su campo de visión
pierde a Satiatoxia. Leordia otea el horizonte y no hay ni rastro de la
estrella maldita. ¿Qué clase de ente divino se molestaría en hacer algo así? El
ruido también cesa y lanza triunfal la antorcha al suelo. Cae agotada.
-Sí, su hija vivirá, pero
ha perdido la capacidad de ver y oír. Por desgracia se ha convertido en
invidente y teniente.
-Lyanna…
Mamá la observaba
ahogándose en lágrimas de dolor, pero ella creía que estaba durmiendo. No veía
ni oía nada. Había vencido a la estrella maligna y presumiría de ello ante
Kessera. Podrían ser amigas ahora que creía en sus mitos no tan estúpidos. Iría
a preguntarle más sobre el tema en cuanto despertara. Qué curioso que pudiera
pensar tan racionalmente en un sueño. Recordaba la muerte de mamá, pero eso
solo la haría más fuerte. Seguro.
-Oiga.
-¿Sí, doctora?
-¿No cree que hay
demasiada luz? ¿Y qué es ese ruido repugnante?
-¿Qué rui…?
Luz. Fuego. Llamas. Dolor.
1 Response to Lyanna, la amiga de las constelaciones
Me ha parecido increíble, Albert, como ya te he dicho. No sé, las descripciones, la historia en sí, y tu imaginación joder!, que sobrepasa límites... :3 Me ha encantado, aunque yo soy una fan incondicional y no podría encontrarle fallo alguno :$ Sigue publicando, que hacía mucho que no nos deleitabas con tus relatos!
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