martes, 18 de diciembre de 2012

La Campana del Cielo - Cuento infantil

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Érase un hombre tan benevolente que hasta los mismísimos ángeles le envidiaban. En toda su vida jamás agravó a nadie, nunca injurió ni calumnió sobre otros individuos y siempre respetó a sus semejantes. Pero la bondad no es resguardo para el barquero del río Estigio. La muerte le avisó durante en sueños de que su estancia en la Tierra tocaba a su fin. Él no se sintió sobresaltado, ni la Parca se mostró agresiva. Lo único que se podía respirar en el ambienta era paz y quietud.

Una vez segada el alma del buen señor, le llegó la hora del juicio eterno. Se iba a decidir si su esencia debía permanecer en el infierno o en el paraíso. El tribunal dictó sentencia sin vacilar ni un instante. "Paraíso" fue lo que dijo el arcángel más imponente, con voz clara, concisa y poderosa. Dos ángeles le tendieron sendas manos y él las agarró con respeto. De repente, se encontraba en un jardín radiante repleto de jóvenes riendo y cantando. El color verde predominaba en la zona, así como el naranja del cielo soleado en el alba eterna.

Cuando se fijó en sus propias manos vio que incluso él era joven. Su vejez se había esfumado con su vida. No tuvo tiempo de acercarse a una magnánima fuente situada en el centro de una pequeña y acogedora plaza, cuando un arcángel le agarró con suavidad del hombro.

-Tú, humano fiel. Tú que has seguido no los designios de un Dios ficticio y vengativo, sino los de un Dios real que desea el bien individual y colectivo. Tú que llegaste a ser feliz sin arrebatar parte del árbol de la vida a nadie. Tú, que a pesar de todo entiendes que los sacrificios son necesarios. Tú has sido otorgado con la bendición de nuestro señor. Podrás pedirle lo que más desees. Una vida, un deseo; no seas avaricioso, ni eclipses la rectitud de tu senda. Cuando estés decidido ven a verme.

El pobre hombre estaba asustado y, además, se sentía inferior al ser blanquecino y alado. Intentó pensar en algo que no tuviera y que deseara con todo fervor y solo se le ocurrió algo que ya no tenía: la compañía de su difunta mujer. Se decidió a reencontrarse con el arcángel y él le llevó ante Dios. No lucía una gran barba blanca como decían las falsas leyendas, ni era tan alto como un gigante. De hecho, era más bien bajo, y su calva estaba rodeada por los pocos pelos que le quedaban. De todos modos parecía el ser más sabio que jamás había presenciado el humano.

-¿Qué tengo el honor de otorgarte, fiel hermano? -La voz de la divinidad era solemne, pero natural.

-Señor, me honraría ser su hermano, pero creo que no soy más que un vasallo a su disposición.

El anciano arqueó las cejas y respondió, algo enojado: -Yo solo soy el guardián del cosmos y de la creación. Cuando yo desaparezca alguien más me sustituirá. El criterio de las fuerzas cósmicas siempre es acertado, pero yo no soy más que un sirviente del todo, como tú y como todos.

El difunto se sintió más seguro y respondió: Quiero tener de vuelta a mi mujer.

-Será muy sencillo crear una réplica exacta. Conservará recuerdos y sentimientos.

La cara del humano denotaba preocupación. -Pero... Señor. Yo quiero a mi esposa de verdad; a la que murió hace 10 años. No una imitación, por muy perfecta que sea. Ella debe de estar esperándome.

Dios sonrió y le preguntó: ¿Estás seguro de lo que deseas?

-Sí, mi señor.

-En ese caso, yo te otorgo el valor y la constancia. Te entrego la esperanza y el tiempo. Te permito blandir el amor como brújula y podrás sortear los obstáculos en tu camino; los habrá. Toma esta rosa de fuego como regalo a la mujer más afortunada -Chasqueó los dedos y apareció una flor formada de llamas. -Y este mapa -le tendió un pergamino enrollado- te permitirá volver a tu hogar aquí sin te rindes en tu búsqueda.
Te concedo la oportunidad de buscar lo que más deseas. Ella está aquí, pero no te diré dónde exactamente. Y el Edén es enorme. Tienes toda la eternidad para encontrarla. Pero lo más importante es que tienes una razón para vivir eternamente antes y después de cumplir tu objetivo.

-Gracias, mi señor. -Y el hombre partió sin decir nada más. Por fin se adentraba en un mundo en el que era algo más que un anciano esperando a la muerte. Algún día le pediría a la Parca de jugar al ajedrez.

Sonó tres veces la campana del cielo cuando el hombre partió. Los ángeles y los espíritus formaron todos ellos una pequeña reverencia. Incluso Dios hizo lo propio, con lágrimas en los ojos.

1 Response to La Campana del Cielo - Cuento infantil

Anónimo
11 de marzo de 2013, 22:22

¿dónde puedo enviarte un libro?
plàcid
pgarciaplanas@lavanguardia.es

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